viernes, 17 de mayo de 2019

'La noche de los gigantes', claustrofóbico western



Hace poco nos dejaba Alvin Sargent, reputado guionista en cuyo currículum figuran los libretos de películas como 'Yo vigilo el camino' ('I Walk the Line', John Farnkenheimer, 1970), 'El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas' ('The Effect of Gamma Rays on Man-in-the-Moon Marigolds', Paul Newman, 1972) 'Héroe por accidente' ('Hero', Stephen Frears, 1992) o 'Spider-Man 2' (íd., Sam Raimi, 2004), por poner algunos ejemplos de lo más dispar. También se hizo cargo del guion de la película que hoy nos ocupa, 'La noche de los gigantes' ('The Stalking Moon' Robert Mulligan, 1968), un western insólito en cierta medida, que a puno estuvo de dirigir George Stevens —quien se había acercado al género sólo en una ocasión con la mítica 'Raíces profundas' ('Shane', 1953)— pero se bajó del proyecto precisamente por estar en completo desacuerdo con Sargent.

No llego a imaginar qué habría hecho Stevens con semejante material, sobre todo después de que cayera en manos de un director como Robert Mulligan, capaz de hacerse con cualquier tipo de película, experto en manejar diferentes tonos en el mismo film. El director, procedente de la TV en la que probablemente fue su época más gloriosa —sí, superior a lo que sucede hoy día con el medio—, ya se había hecho también un nombre en la pantalla grande, aunque sólo fuera por haber dirigido 'Matar a un ruiseñor' ('To Kill a Mockingbird', 1962). Curiosamente, al igual que Stevens, Mulligan sólo se acercó al western en una ocasión, ésta, y el resultado es simplemente inolvidable.




El argumento de 'La noche de los gigantes' —por cierto, lamentable título patrio— es enormemente sencillo. Gregory Peck, en su segunda reunión con Robert Mulligan y Alan J. Pakula —productor durante años del primero— da vida a un veterano explorador llamado Sam Carver que se verá metido en una complicada situación, proteger la vida de una ex-apache presa —perfecta Eva Marie Saint con 48 años, transmitiendo con su rostro todo lo que su personaje sufrió en diez años— y su hijo mestizo. Lo que empieza como la necesidad de crear una familia en una tierra salvaje dominada por la violencia y la muerte, dará paso a un relato de lo más claustrofóbico y tenso. Hablamos de un western que también puede ser tratado como un film de terror puro y duro, sobre todo en su excepcional tramo final. Al respecto puede decirse que la película posee dos tramos separados por una extraordinaria toma sobre una cabaña, simbolizando la incipiente amenaza sobre los protagonistas.

Una amenaza que está presente durante toda la película. El indio al que llaman Salvaje —un nombre que ya lo dice todo— apenas sale claramente en la película, salvo al final, pero su presencia se nota desde los primeros minutos en el relato. Su nombre es pronunciado varias veces, infundiendo miedo en todo aquel que lo oye. Nathaniel Narciso es quien le da vida, en la que fue su única aparición cinematográfica, consiguiendo convertirse en uno de los villanos antológicos por excelencia. A la rotundidad de su fisicidad, hay que sumar la inteligencia de Mulligan al mostrarlo más bien poco, demostrándose así una de las teorías no escritas sobre cómo infundir más terror en el cine, cuantos menos datos se den sobre el peligro, mejor. Algo que se demostraría a la perfección años más tarde en dos películas tan icónicas como 'Tiburón' ('Jaws', Steven Spielberg, 1975) y 'Alien' (íd., Ridley Scott, 1979), en las que precisamente el terror se aumentaba al tardar en mostrar abiertamente la amenaza. No hay mayor miedo que el sur humano enfrentándose a lo desconocido.



Mulligan filma ese tramo final, en el que se produce el enfrentamiento entre Salvaje y Carver, con una precisión admirable, sacando un provecho enorme al formato scope. Pero no sólo la puesta en escena es admirable en ese momento —en el que por cierto, el uso de los travellings laterales, cuando Carver y su amigo intentan engañar a Salvaje, proporcionan un crescendo de tensión realmente insoportable—; Mulligan, director de una delicadeza extrema aunque no lo parezca a simple vista, utiliza el nada fácil ratio de 2.35:1 para unir o separar a personajes. En una película en la que la necesidad de formar una familia como forma de supervivencia en un mundo totalmente hostil, secuencias como la de Peck, Saint y el niño mestizo sentados a la mesa son enormemente arriesgadas, temáticamente hablando, incluso ideológicamente, pero Mulligan lo sortea con inteligencia, terminando de encuadrar a los tres juntos, más la inteligencia de Alvin Sargent no con lo que los diálogos dicen, sino con lo que no dicen. Una secuencia que demuestra, además, que al público, no hay que tratarlo, aunque lo pida a gritos, como a un tonto.

Otra de las muestras de la sensibilidad de Mulligan se encuentra en la bellísima secuencia en la que Carver lleva a la mujer y a su hijo a la cabaña en la que Carver vive. Mientras él permanece fuera, la cámara en el interior muestra cómo ella y el niño entran en la cabaña. El uso de la música de Fred Karlin semeja el de una caja de música —señalemos que la música de 'Matar a un ruiseñor' posee el mismo tono, ergo hablamos de estilo, y que la secuencia comienza con una puerta abriéndose y concluye con otra cerrándose—, mientras la cámara alterna dos diferentes alturas, la de Saint, y la del niño. Una secuencia en silencio que señala la esperanza del volver a empezar, de recuperar la vieja sensación perdida de estar en el hogar, un lugar en el que sentirse a salvo. Guarda no pocos paralelismos con una muy alabada secuencia en la recientemente estrenada 'Los hermanos Sisters' ('The Sisters Brothers', Jacques Audiard, 2018).

De un lirismo arrebatador por contenido, y extraña belleza; es un western en el que se ven paisaje enormemente hermosos, pero al mismo tiempo es un western tétrico, si tal acepción puede darse, con tonos apagados en la fotografía que dotan al relato de un extraño realismo mezclado con el tono del terrorífico cuento de hadas, en el que el ogro es de una fiereza inhumana, y la esperanza mira al futuro de un país que avanza creando su propio paisaje de terror, algo que navega por el subtexto de una película más dura de lo que parece.

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