No quiero tu teléfono, ni cartas, ni postales. No quiero casarme contigo. Definitivamente no quiero tener tus hijos. Pase lo que pase, tuvimos hoy. Y si en el futuro llegamos a cruzarnos, eso también está bien. Seremos amigos
En el tramo final de ‘One Day’ (íd., Lone Schrefig, 2011), de una intensidad y dramatismo sobrecogedores, el personaje de Anne Hathaway, Emma, suelta esta curiosa declaración, real como la vida misma. El espectador, que ha sido testigo de lo que pasará en los próximos 20 años de las vidas de Emma y Dexter (Jim Sturgess), sonríe con total alegría pues sabe que Emma no cumplirá su promesa. Una declaración en lo alto de una colina en un 15 de julio de 1988 es el punto de inicio a una de las historias de amor más emotivas, verdaderas y deslumbrantes que ha dado el cine en los últimos años. Su estructura narrativa, con saltos en el tiempo que duran un año, no es sólo una atractiva forma de narrar la historia, también remarca el carácter imperecedero del sentimiento más fascinante que el ser humano posee, mostrando la incertidumbre, los miedos e inseguridades que afloran cuando se presenta la oportunidad de ser feliz.