martes, 25 de junio de 2019

'Serpico,' la integridad



Existe una anécdota sobre el verdadero Frank Serpico, cuando se entrevistó con el productor del film, Martin Bregman, en el primer film que éste producía y en el que también metió mano el todopoderoso Dino De Laurentiis. Bregman y Serpico se encontraban en un cine de barrio, y el primero encendió un cigarrillo, a lo que Serpico respondió llamándole la atención. El productor se excusó diciendo que en la sala no había nadie y que daba igual. El ex-policía respondió con un contundente “pero va en contra de la ley”. Creo importante señalar un dato como éste al hablar de una película como ‘Serpico’ (íd., Sidney Lumet, 1973), pues a muchos les puede sorprender el hecho de encontrar un personaje tan recto e íntegro que no cede ante la corrupción ni en los detalles más nimios. Una integridad que le llevó a enfrentarse al cuerpo de policía de Nueva York, teniendo que exiliarse durante años en Suiza.
La película, cuya filmación no gozaba del beneplácito de todo el mundo por motivos más que evidentes, fue uno de los éxitos de los años 70, llevando al estrellato definitivo a su actor principal, Al Pacino, que obtenía con ésta su segunda nominación al Oscar —recordemos que después de 7 nominaciones lo consiguió por uno de sus peores interpretaciones, al menos para quien esto firma, de ciego en el peñazo ‘Esencia de mujer’ (‘Scent of a Woman’, Martin Brest, 1992), penoso remake de un clásico italiano con Vittorio Gassman—; y supone también uno de los films más recordados de su realizador, el recientemente fallecido Sidney Lumet. Curiosamente, el paso del tiempo —ese amigo o enemigo, que lo pone todo en su justo lugar— la revela como uno de los films menores, que no malos, de su director. No entraría en un top five de Lumet, e incluso tengo mis reservas con un top ten. Pero no hay duda de que nos encontramos ante una cinta encomiable por muchos motivos, aunque resulte fallida en ciertos puntos.
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‘Serpico’ da comienzo con el personaje central herido de gravedad por un disparo de pistola, y al que compañeros policías trasladan urgentemente al hospital para lo que parece imposible, que salga con vida. En un momento dado, un personaje, al conocer la noticia del tiroteo espeta tranquilamente que conoce a cinco o seis policías que gustosamente hubieran apretado el gatillo. A través de un largo flashback se nos muestra cómo se ha llegado a dicha situación. La denuncia y el perfil psicológico de Serpico son los temas centrales de una película con la que Lumet empezaba a desmarcarse de un cine casi siempre caracterizado por su estilo teatral. Lumet sale con su cámara a la mismísima calle, algo que desarrollaría en películas posteriores, consiguiendo una veracidad que por momentos asusta. También inicia una etapa de clara denuncia hacia el sistema, que iría creciendo en intensidad en sus siguientes trabajos.
Así lo demuestran trabajos como ‘El príncipe de la ciudad’ (‘Prince of the City, 1981) o ‘Distrito 34: Corrupción total’ (‘Q & A’, 1990), en las que en cierto modo se sigue la estela iniciada en ‘Serpico’, y en otro orden de cosas ‘Tarde de perros’(‘Dog Day Afternoon’, 1975). Sin esos dos films, ambos con Pacino como estrella principal, es más que probable que Lumet no hubiese realizado los films mencionados, u otros de mayor envergadura y que visten una filmografía con alguna que otra mediocridad, pero ejemplar en líneas generales. En el caso de la que nos ocupa son varias sus virtudes. Podríamos empezar por su falta casi total de escenas de acción, algo impensable en los thrillers setenteros, aunque coincide con ellos en su realismo. Para compensar, dibuja un extremo retrato sobre Frank Serpico, y aunque sus imágenes ofrecen menos de lo que prometen, está ciertamente conseguido el ambiente de opresión que recae sobre el personaje, enfrentado solo a la corrupción policial.
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Aquí se producen dos elementos que en cierto modo se contraponen. Al centrarse sobre todo en Serpico y su estado anímico ante la agobiante situación, Al Pacino despliega todo un arsenal para su caracterización, más física que otra cosa —al respecto decir que la película se filmó en sentido inverso, empezando por el final—, a lo que no habría nada que objetar, si no fuera porque en ciertos momentos parece más un show de Pacino que una interpretación. La película parece por momentos un vehículo para el exclusivo lucimiento del actor, y al acaparar casi el cien por cien de los planos, el trabajo del resto de sus compañeros —entre los que se encuentran Tony Roberts, actor secundario muy de moda aquellos años, y un F. Murray Abraham no acreditado— parece empalidecer. En cualquier caso, baste comparar la labor actoral de esta película con la de otras surgidas a su sombra, para comprobar que algo se ha perdido con el paso de los años.
‘Serpico’ gana enteros en su descripción de una ciudad sucia, retratada con poco glamour, filmada en zonas de barrios bajos. Así se respira verdad y autenticidad en cada fotograma, mientras Lumet esgrime su crítica hacia el cuerpo policial, aunque no siempre lo haga con coherencia o sinceridad. Baste recordar la escena en la que Serpico queda con sus compañeros en un parque y donde, una vez más, se niega a formar parte de la red de corrupción que baña el cuerpo; el plano en el que se queda solo mientras sus compañeros se marchan en todas direcciones, no deja de ser algo demagógico. Serpico solo frente al mundo, abandonado a su suerte —ni siquiera aquellos que le creen, pueden ayudarle demasiado—, una imagen demasiado forzada y un poco manipuladora. Afortunadamente, Lumet acierta en su crescendo dramático, Pacino no hace demasiados numeritos, y el film concluye con un claro sabor amargo acorde con su denuncia. Mención especial para la nostálgica banda sonora de Mikis Theodorakis.

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