¿A cuántos se nos cae la baba imaginando qué película habría salido con Schwarznegger a las órdenes de McTiernan? No dudo ni lo más mínimo que ahora estaríamos hablando de otro clásico del cine de acción. Pero no importa, porque lo que tenemos con Bruce Willis en su personaje más famoso, es precisamente eso, un clásico. Apareció en el momento justo, cuando el alicaído cine de acción necesitaba una fuerte revitalización, sentando las bases de nuevo. Su posterior influencia es el premio a un trabajo espléndido conseguido gracias a un guión milimétrico y una inspirada puesta en escena, obra de un hombre que se convertiría —para el que suscribe aún no ha sido superado— en el mejor director de cine de acción. John McTiernan.
Pero antes de que Bruce Willis se hiciese con el personaje otros actores tuvieron acceso a él después de la negativa de Schwarzenegger. Sylvester Stallone, Burt Reynolds, Richard Gere, Harrison Ford y Mel Gibson fueron tentados antes y todos rechazaron el papel. Es indudable que la película se hubiese adaptado a la imagen que dichos actores se habían creado ante su público. Por eso es una suerte que ‘Jungla de cristal’ tuviese como estrella principal a un actor menos conocido, y del que el espectador se había hecho una idea de su faceta cómica gracias a la simpática serie de televisión ‘Luz de luna’ (‘Moonlighting’) y su participación en ‘Cita a ciegas’ (‘Blind Date’, 1987) y ‘Asesinato en Bervely Hills’ (‘Sunset’, 1988), dos extrañas colaboraciones con el gran Blake Edwards.
Puede haber algo del David Addison de la mencionada serie televisiva en el McClane de Willis, sobre todo en lo que respecta a sus ingeniosos comentarios, la mayoría idea del propio actor. Es evidente que el personaje en sí no es el colmo de la originalidad, el acierto está en que tanto Willis como McTiernan supieron manejar un tópico con pequeños elementos que ayudaron a dibujar un excelente personaje lleno de matices, en perfecta consonancia con el film, también rico en detalles. Uno de los más importantes es aquel en el que McTiernan reincide en un tema ya expuesto en su anterior película, en la que retornaba al hombre a su estado más primitivo para enfrentarse a un ser de otro mundo. En ‘Jungla de cristal’ la propuesta resulta más estimulante al situar la acción dentro de un enorme y sofisticado rascacielos en el que el héroe de la función se ve sólo ante el peligro, descalzo y en camiseta.
De esa forma, para vencer a un enemigo superior en número, que se ha hecho con el control absoluto de los sistemas del edificio y que no se detendrán ante nada ni nadie —llegando a asesinar a dos personajes a sangre fría como señal de que no están para juegos—, McClane tendrá que forzar sus límites como ser humano y convertirse prácticamente en una bestia. Al respecto de esto, todas y cada una de las escenas de acción del film están filmadas con una precisión que asusta, en un crescendo dramático adornado con detalles tan ingeniosos como la relación que se establece por radio entre McLane y Al Powell —un excelente Reginald VelJohnson—, un sargento de policía que dará la alarma sobre lo que ocurre en el Nakatomi, y será la única voz amiga que oiga McClane durante su aventura.
Si en ‘Depredador’ McTiernan ya había dado muestras de su habilidad para el manejo de los espacios, en el presente film termina de confirmarse dicha habilidad, yendo un paso más allá. La extensa y frondosa selva se cambia aquí por un laberinto de pasillos, escaleras, ventanas y puertas, detrás de las cuales puede esconderse una trampa mortal, escenario en el que McTiernan hace gala de un uso muy elegante de la cámara, siempre en movimiento pero nunca cayendo en efectismos innecesarios. Como nada efectista es la historia, una aventura de apariencia simple, pero llena de emoción y suspense, a la que tampoco privan de ciertos toques de humor sobre las action man: apuntes machistas en McClane que se sorprende de que un hombre le bese, la queja de un soldado de asalto al tropezar con un rosal, o lo exageradas que están las figuras del orden, con los personajes de un policía que no sabe estar al mando, o los agentes del FBI que sueñan con hazañas bélicas a bordo de un helicóptero.
Alfred Hitchcock solía decir que una película valía lo que el villano de la función. ‘Jungla de cristal’ cumple con creces esa especie de norma. Alan Rickman, que debutaba en el cine con esta película, compone un villano a la altura de las circunstancias. Su Hans Gruber es un hombre educado y culto, y al mismo tiempo un asesino sin escrúpulos. La compenetración con Willis, su antagonista, es máxima, desde el principio —la escena en la que Gruber, sorprendido por McClane, se hace pasar por un rehén que ha escapado— hasta el clímax final, en la que un chiste sobre ‘Sólo ante el peligro’ (‘High Noon’, Fred Zinnemann, 1952) da paso al brutal desenlace. Tal vez se caiga en alguna que otra concesión como esa repentina aparición final del personaje de Alexander Godunov, forzada a todas luces, pero que sirve para cerrar la historia personal del policía Al Powell.
Han transcurrido 30 años desde su estreno y ‘Jungla de cristal’ no sólo no ha perdido ni un ápice de su frescura, sino que ha ganado aún más con el paso de los años. Violenta —una violencia mucho más cruda e impactante que la de hoy día en films similares—, divertida, emotiva y espectacular. Con ella John McTiernan le ha lanzado al paso del tiempo un sentido “Yippee-ki-yay, hijo de puta”.
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