Durante buena parte de los 90, Kubrick se dedicó intensivamente a la escritura de un guión, que a cada año que pasaba se iba complicando más y más debido al ansia de perfeccionamiento del realizador. Para empezar, Kubrick quería que la película estuviese interpretada por un robot de verdad, y mandó llamar al artista Chris Cunnigham, entre cuyas proezas se encuentra la de convertir a la cantante Björk en un robot, al que le pidió la hazaña de crear un robot que interactuase con los demás actores, labor prácticamente imposible aún a día de hoy. La inevitable necesidad de utilizar a un actor real preocupaba a Kubrick debido a lo largos que solían ser sus rodajes, y el tiempo hiciese mella en el joven actor. Joseph Mazzello fue una de las posibilidades que se barajaron en los 90, probablemente aconsejado por Steven Spielberg, quien mantuvo largas conversaciones con Kubrick durante años hablando sobre ‘A.I.’.
Fue precisamente el visionado de ‘Jurassic Park’ (1993) el que abrió los ojos a Kubrick, que le hizo llegar a la conlusión de que Spielberg era el director adecuado para la odisea del niño robot llamado David. Su experiencia con niños y sobre todo en el campo de los efectos visuales, convencieron al director de 'Lolita' (íd., 1962) de que él debía permanecer como productor y guionista, mientras que el apodado Rey Midas se haría cargo de la dirección, dejando su impronta en el relato. La Warner había dado el visto bueno para que ‘A.I.’ fuese la siguiente película de Kubrick después de que éste realizase cierto título con Tom Cruise y Nicole Kidman, que se convertiría en la obra póstuma del realizador. La repentina muerte de Kubrick hizo que Spielberg, a petición de la familia del fallecido, dejase de lado todos sus proyectos y se dedicase por completo a ‘A.I.’, cuyo estreno sería en pleno 2001, un año más que significativo en la vida de Kubrick.
‘A.I.’ supone el regreso de Spielberg a la escritura de guiones tras casi 20 años desde el que había sido su último libreto, ‘Poltergeist’ (íd., Tobe Hooper, 1982), y en él trató de seguir en la medida de lo posible la estructura del propio Kubrick, aunque algunos pasajes, probablemente debido a lo complicado que sería filmarlos, fueron sustituidos por otros. Sin ir más lejos, en su periplo David se encuentra con una sociedad oculta de robots que aspiran a convertirse en seres humanos de verdad, y son los que le indican que debe viajar a la ciudad de los muertos, una Nueva York inundada por las aguas. Independientemente de que ver eso en pantalla podría haber sido una gozada —como la muerte de Gigoló Joe a manos de un robot gigantesco en una sangrienta batalla en un bosque—, no hay duda de que Spielberg sintetizó la historia conservando la esencia de la misma, y hay que decir en su favor que hizo algo inesperado en su carrera: se volvió increíblemente cruel con el espectador, sin caer en una sola concesión, ni la más mínima. El resultado: la obra más adulta de su director y que abrió un nueva etapa de madurez en su filmografía.
Aunque ‘A.I.’ posea varios instantes en los que es un completo espectáculo para los ojos —la llegada a Rouge City, en la que se utilizaron por vez primera técnicas de digitalización más tarde empleadas en la famosa trilogía de Peter Jackson, la feria de la carne, o la impresionante parte final en un mar helado—, la película rehuye en todo momento los tics del actual cine comercial, rechaza por completo la etiqueta de blocksbuster y se convierte en un film mucho más íntimo, y adulto de lo que parece a simple vista. La precisa puesta en escena de Spielberg, llena de detalles ingeniosos que muestran a un David fragmentado, a través de cristales, de objetos, de espejos, de puertas, de repisas, etc. nos revela un autor que alcanza la cima de la expresividad haciendo algo que el espectador suele rechazar: que le hagan pensar, y mucho menos si viene de la mano de un director mundialmente conocido, probablemente el más conocido de toda la historia del cine.
‘A.I.’ se divide en tres parte bien diferenciadas. La primera nos presenta la tristeza de unos padres al tener que aguantar como su único hijo no despierta de un coma profundo, por lo que comprarán un niño robot para que sustituya en cierto modo al hijo perdido. Este tramo, que concluye con el abandono de David en el bosque —una de las escenas más terroríficas del cine actual— es el más cercano a Kubrick en cuanto a puesta en escena se refiere. Evidentemente no es casual, y creo que es más un homenaje por parte de Spielberg al mítico realizador que otra cosa. El segundo, que alcanza unos niveles de crueldad casi insoportables, es el que define el periplo de David —impresionante Haley Joel Osment—, acompañado de Gigoló Joe —un sorprendente Jude Law— hasta alcanzar su destino: el fondo del mar frente a una estatua que representa los sueños de David. Y el último —el más criticado injustamente— es una vuelta de tuerca hacia el centro mismo de la soledad, y en el que Spielberg realiza un doble salto mortal sin red, exponiendo temas que debido a su incomodidad, nadie quiere oír. Tras el amor de una madre y la búsqueda incansable de los sueños imposibles se esconde la despiadada y desalmada verdad: no hay esperanza de supervivencia para nadie en esta vida, sólo queda la soledad y la muerte es la única compañera que tendremos. En el guión de Kubrick, la madre de David, Mónica (Frances O´Connor) sobrevivía más de un día y se quedaba bailando con aquél entre risas. Creo que el ideado por Spielberg es mucho mejor.
Demasiado he leído sobre la inutilidad del tercer tramo, y no puedo estar más en desacuerdo con las opiniones que lo tildan de innecesario. Toda la película gira en torno a esos veinte minutos finales tan atacados, y Spielberg desde el inicio nos va introduciendo pistas sobre el mismo. La primera aparición de David frente a sus padres no puede ser más significativa, el plano está desenfocado y la figura del niño adelanta en qué se convertirán los de sus clase dentro de 2.000 años —algunos se empeñan en ver extraterrestres en esta parte, sólo porque la inteligencia artificial del futuro recuerda un poco a los aliens de ‘Encuentros en la tercer fase’ (‘Close Encounters of the Third Kind’, 1977), algo que siempre me ha hecho mucha gracia—. Por otro lado el proceso de deshumanización que sigue el film está perfectamente definido, comienza con una cálida familia marcada por la desgracia, y termina con la ausencia total de humanos, en un mundo helado poblado por máquinas que buscan desesperadamente el significado de la humanidad, y en el que a pesar de todos los avances científicos, la resurrección de un humano a través de su ADN —Teddy, un osito de lo más carismático es uno de los detalles de guión más inteligentes del film, pues gracias a él David tendrá lo que desea— sólo permite que aquél viva durante un día pereciendo durante la siguiente noche. En otras palabras, la felicidad no dura.
Pero aún hay más, esa limitada felicidad queda remarcada por un hecho terrible: Mónica ha vuelto a la vida sin ser consciente de donde está y quién es realmente. Se le ha dado la vuelta a la situación, ella es una autómata que responde a las necesidades de David dándole todo su amor, como éste en un principio estaba programado para quererla eternamente. Pero la eternidad es algo que no se conocerá. Spielberg lo sabe muy bien y lo deja patente en su obra más personal. Casi toda la crítica se rindió ante la evidencia, pero el público dio la espalda al director más mediático. Tal vez tengamos que sumergirnos en nuestra propia soledad y soñar, como lo hizo David rompiendo todas las barreras existentes, para que un día, tal vez dentro de 2.000 años, cuando seamos sólo un recuerdo muy borroso en las mentes de quienes habiten este planeta, ‘A.I.’ sea apreciada con el mismo calor que una madre arropa a su hijo, intentando con ello salvarle de la única gran verdad: no hay esperanza. Kubrick estaría orgulloso.
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