La extraña y fascinante 'El rastro de la pantera' ('Track of the Cat', 1954), protagonizada por un insólito Robert Mitchum, es una muestra más del genio narrativo de Wellman, algo olvidado actualmente y que no desmerece para nada al lado de otros grandes del séptimo arte, mil veces citados, mil veces estudiados. En este caso, el director adapta en imágenes una novela de Walter Van Tilburg Clark por segunda vez en su carrera tras la mítica 'Incidente en Ox Bow' ('The Ox-Bow Incident', 1943), de nuevo para crear un western de fuerte carga psicológica, con un argumento en el que la alegoría está presente de forma más marcada que otras de sus cintas.
La película está producida por nada menos que John Wayne, quien trabajó a las órdenes de Wellman aquellos años en 'El infierno blanco' ('Island in the Sky, 1953), 'Escrito en el aire' ('The High and the Mighty', 1954) o la celebrada 'Callejón sangriento' ('Blood Alley', 1955) y se encargó de producir algunas de las películas del mismo en aquella época, dos de ellas de las más arriesgadas que el director de Massachusets dirigió, entre ellas 'Good-Bye, My Lady' (id, 1956) y la que nos ocupa. Resulta curioso no ver a Wayne en el papel que hizo un muy acertado Robert Mitchum, otro duro de Hollywood menos interesado en dar vida a personajes rectos. Y no menos curiosas son las intenciones de Wellman de querer hacer una película en blanco y negro de color. Como suena. Todo ello basándose en un muy cuidado trato del color, cumpliéndose así una de las principales fantasías de su director. Un riesgo que sólo él era capaz de llevar a cabo.
El guión obra de A.I. Bezzerides versa sobre una familia en el condado de Colorado que ve como el invierno azota duro el lugar en el que viven, un rancho que se vestirá de blanco de cara a decorar una historia familiar llena de envidias y odios, aderezada con la amenaza de una pantera negra, auténtico McGuffin de la historia, y que sirve como elemento exorcista de los miedos internos principalmente del personaje llamado Curt (Robert Mitchum). La acción se divide en dos escenarios. Por un lado el interior del hogar de los Bridges, en el que enseguida vemos que los cabecillas del clan son el temperamental Curt y la madre, una soberbia Beulah Bondi llenando de matices un personaje ya de por sí soberbio, la cual controlará a su familia con sus nadas complacientes opiniones religiosas. Por otro, la salida de dos de los hermanos a dar caza a la temible pantera negra, a la que jamás veremos en pantalla, detalle este tan ingenioso como lógico y coherente.
El resto de la familia lo forman un padre borracho y falto de amor —espectacular el momento en el reclama más besos en la familia—, una hija solterona, y dos hijos varones más, uno siempre muy correcto y el otro un poco cobarde. Tab Hunter da vida a este último con su imagen de chico bueno y guapo muy bien utilizada por Wellman. Con unos personajes muy matizados —todos tienen su momento, algo que decir— el director acierta de lleno en una puesta en escena que raya lo obsesivo al controlar todos y cada uno de los elementos cromáticos del film. Cada detalle, ya sea lo que hay encima de una mesa, la ropa de los personajes, una ventana, los árboles, etcétera, todo tiene su razón de ser en la composición de los planos, algunos de ellos realmente inspirados. Sirva como ejemplo todas las secuencias en las que uno de los hermanos yace muerto en la cama, filmadas desde un ángulo imposible detrás de la cama —la cuarta pared que le llaman—, o la primera vez que se encuentran Curt y Gwen (Diana Lynn), que con dos planos nada más y una planificación que sitúa a uno de los personajes por encima del otro transmite una inaguantable tensión en el ambiente.
Sólo la camisa amarilla y la chaqueta roja del personaje de Mitchum son la excepción a ese estudio cromático, y cualquiera diría que está hecho adrede. Esa chaqueta de color rojo sangre parece resultar profética más allá de marcar el carácter de Curt —también por estar unida físicamente a él, detalle que hará que confundan en un principio al hermano muerto con él, salvo la madre, que como toda madre reconoce al hijo que parió, esté boca abajo, de espaldas o vestido con otra ropa—, un rojo que podría ser la vida o la muerte, una más que segura muerte que también está presente en la vida sin esperanza de una familia rota, algo que también sugieren esos fantásticos planos desde el interior de la tumba donde entierran al hermano fallecido, o ese inquietante personaje del indio viejo que está al servicio de la familia y sueña desde hace tiempo con la llegada de la nieve.
'El rastro de la pantera' tiene unos interiores de naturaleza casi teatral, algo que se enfrenta estéticamente a los exteriores en los que filmó Wellman logrando que Robert Mitchum declarase más de una vez que fueron las condiciones más duras a las que tuvo que someterse en el rodaje de una película. Resulta sorprendente el hecho de ver a Mitchum metido en la piel de un personaje a ratos perverso, a ratos coherente y certero en sus comentarios, pero que corre un destino de lo más cruel. Perdido en la nieve en caza de la peligrosa pantera se enfrenta a sus propios miedos mientras el frío le va matando poco a poco, hasta que en lo lejos ve el fuego que su madre ha ordenado prender para guiar a Curd. En un ataque de locura, aquel corre hacia la luz —el retorno a la familia, al hogar— cayendo por un precipicio hacia una segura muerte tan impactante como seca. La metáfora no puede ser más clara y efectiva.
Una película magistral, poderosa y que revela la buena mano que tenía Wellman para los ambientes tensos entre otras cosas.
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