martes, 15 de mayo de 2018

'El hombre de Mackintosh', licencia para matar sin glamour


Tras los excelentes resultados de 'El juez de la horca' ('The Life and Times of Judge Roy Bean, 1972) Paul NewmanJohn Huston volvieron a verse las caras en ‘El hombre de Mackintosh’ (‘The Mackintosh Man’, 1973). El film se realiza en pleno apogeo del cine de espías, que tantos buenos resultados estaba dando gracias a la saga del agente 007, que aquel mismo año estrenaría a Roger Moore como nuevo rostro. Sin embargo, la visión de Huston sobre el mundo del espionaje está muy alejada del glamour de la famosa saga del agente británico con licencia para matar.

Walter Hill escribió un guion que adapta la novela de Desmond Bagley —hablamos de la adaptación más conocida, y prestigiosa, de una de sus novelas—, aunque tiempo más tarde declaró que sólo había escrito la mitad de la película. La otra mitad fue cosa de, entre otros, el propio Huston que no estaba muy convencido de hacer la película. Newman, también productor del evento, se sintió verdaderamente decepcionado con la actitud del director, que incluso llegaba tarde a los rodajes y con desgana. Con todo, el resultado final es de lo más estimable, y entra perfectamente en el universo de personajes hustonianos.
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Paul Newman da vida nada menos que a un agente británico —las referencias a Bond son evidentes, y más aún cuando al personaje de Newman le preguntan qué sabe sobre diamantes, y éste responde que son para siempre, evocando así la última película estrenada en aquel momento sobre 007— que debería enfrentarse a una peligrosa misión de infiltración en una red de espionaje. El gran antagonista de Newman es un pletórico James Mason, como peligroso político con ocultas intenciones. Algo así como el supervillano prácticamente intocable y con muchos recursos en su haber.
Pero ‘El hombre de Mackintosh’ no es un espectáculo en el sentido literal del término, o al que nos tienen acostumbrados las producciones sobre espías. Más bien, ofrece una nada esperanzadora visión sobre dicha forma de vida, tal y como habían hecho con anterioridad directores como Sidney Lumet, precisamente con Mason, o Martin Ritt. Conservando, eso sí, toda la esencia novelesca, o cinéfila, que envuelve a sus principales protagonistas. Este hombre de Mackintosh, como todo buen espía, deberá sufrir todo tipo de penurias —incluso pasar un buen período en la cárcel— para poder crear con efectividad toda una tapadera de engaño.
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Hasta tenemos una increíble persecución automovilística, sin trampa ni cartón —léase efectos visuales—, por las estrechas carreteras —léase caminos— de la bella Irlanda, uno de los países en los que transcurre, y concluye, la trama del film. Newman y su acompañante —una bella mujer, con la que las escenas sexuales inevitables en toda película de espías suceden fuera de campo, en la piel y rostro de Dominique Sanda— son perseguidos por los dos típicos esbirros, y a la amenaza se suma el difícil trayecto, lleno de curvas y precipicios peligrosos. Todo ello apoyado en una fotografía de tonos apagados, acorde con el país, y también con el tono del film.
Un tono que va oscureciéndose cada vez más, según se llega a su inesperado y extraño clímax, en apariencia apresurado, pero creo que muy acorde con la sequedad que baña toda la película —apoyada en una modélica banda sonora del genial Maurice Jarre, con sonidos muy setenteros—, como por ejemplo las escenas de violencia, contundentes y directas —excelente planificación en los casos de la fuga de la cárcel y la citada persecución—. Lo mismo pasa con la ideología del film, en su momento tachado de fascista por los ciegos de siempre; ideología y moralidad, intereses personales y universales, se estrellan los unos contra los otros en un desenlace en el que un pacto entre “hombres de honor” que usan la lógica es roto por el dolor de una hija.
El mundo seguirá girando tras la muerte de cualquier tipo de persona, sea decente, sea leal a una buena causa, o el mayor criminal de la historia. Otros ocuparán su lugar. La gente muere, las ideas no. Por eso el final de este film me parece sumamente bello y triste, uno de los mejores que ha filmado Huston. El personaje de Newman, decepcionado, cansado, asombrado por la reacción de su compañera, y observando como ésta se pierde en la oscuridad de la noche, con el sonido de su pasos apagándose en la distancia hasta desaparecer. A nadie le importa nadie. Todos serán olvidados.

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