A Javi Leiva
La segunda mitad de la década de los 70 y parte de los 80, hasta su temprana muerte, fue la etapa de decadencia de Sam Peckinpah, tanto a nivel personal como artísticamente hablando. Tras el calamitoso rodaje de ‘Los aristócratas del crimen’ que fue un relativo éxito, Peckinpah tuvo muchas ofertas, entre ellas las de dirigir ‘King Kong’ y ‘Supermán’, películas que acabaron en manos de John Guillermin y Richard Donner, ya que el director de ‘Pat Garrett y Billy the Kid’ se decantó por ‘La cruz de hierro’, la adaptación de un novela, cuyo primer guión fue escrito por Julius J. Epstein, prestigioso escritor de films como ‘Casablanca’ (id, 1942, Michael Curtiz), ‘Yanqui Dandy’ (‘Yanquee Doodle Dandy, 1942, Michael Curtiz) o 'Arsénico por compasión' (‘Arsenic and Old Lace’, 1946, Frank Capra). Curiosamente el primer borrador de Epstein no convenció nada a Peckinpah.
Fue entonces cuando se precisó la ayuda del propio director acompañado de James Hamilton y Walter Kelley para reescribir el guión, el cual vino de perlas a Peckinpah para hablar sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y por ende de cualquier guerra. Resulta curioso que en esta historia no exista uno de los elementos característicos de su autor: la amistad traicionada. Peckinpah debió pensar que el tratamiento que iba a dar de la guerra ya era suficiente para sus personajes. Y es que no estamos ante un film bélico al uso. Sus aterradoras imágenes provocan el absoluto rechazo ante uno de los inventos más estúpidos del ser humano, y Peckinpah lo logra sin discursos ideológicos de ningún tipo.
‘La cruz de hierro’ se desarrolla en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania luchaba contra Rusia en el frente este. Un pelotón alemán encabezado por el valiente sargento Steiner, asqueado de la guerra, deberán obedecer las órdenes del capitán Stransky, un oficial prusiano cuyo único interés es ser condecorado con la famosa cruz de hierro para regresar lleno de honores a su hogar y poder mirar de frente a su familia. Steiner y Stransky se odiarán desde el primer momento en el que se ven, algo inusual y atípico en el cine de su autor. Esta vez no tenemos a dos amigos del alma que se traicionan convirtiéndose dicha traición en uno de los puntos fuertes del relato. Esta vez es la propia guerra la que se revela como un feroz instrumento de traición del ser humano hacia sí mismo.
A pesar de que rara fue la vez que Peckinpah no se enfrentaba a los productores ya que quería imponer su criterio, con toda la razón del mundo pues para eso es el director, en el rodaje de ‘La cruz de hierro’ las penurias no vinieron porque el director perdiese el tiempo con el alcohol o las drogas. La película fue rodada en Yugoslavia y allí era difícil conseguir sustancias como la cocaína, así que el señor Peckinpah decidió ahogar sus penas y alegrías en su amiga del alma, su amante, la bebida. No obstante, esta vez no cometió los excesos de otras ocasiones, hubo algún pequeño accidente, eso sí, que obligó a Peckinpah a estar casi siempre sentado llevando consigo un ayudante que lo trasladaba de un lugar a otro del rodaje en camilla. Conocida la fama del director de intratable, el que se ocupó de dicho trabajo reconoció haberlo hecho por si en algún momento le surgía la oportunidad de tirar a Peckinpah al suelo. Pequeñeces comparado con el verdadero trauma en la filmación: la diferencia de idiomas entre los encargados del film y los actores contratados como extras, algo que supuso un verdadero martirio a la hora de filmar las cuantiosas escenas de soldados de los dos frentes luchando.
Este pequeño incidente hizo que muchos de los extras no se enterasen de nada cuando Peckinpah daba órdenes y andaban un poco perdidos, algo que puede apreciarse en el film, sobre todo en su parte final. Hay que sumar el hecho de que parte del vestuario estaba mal envejecido hasta que se llamó a un equipo americano que hizo lo que pudo con el material restante, y los tanques pedidos para las escenas en las que aparecen se quedaron en únicamente tres. Sí, en la película parecen más y es debido a la extraordinaria labor de montaje de Michael Ellis —trabajó posteriormente en ‘Superman’, uno de los proyectos rechazados por Peckinpah—, Murray Jordan —en el rodaje conoció a una montadora que le dijo estaba trabajando en ‘Star Wars’ de George Lucas a lo que Jordan contestó: “ah, una de esas tonterías de ciencia ficción, yo estoy en una película de Sam Peckinpah“—, Tony Lawson y Herbert Taschner que multiplicaron por diez los pocos elementos de los que disponían. El resultado es simple y llanamente extraordinario. Las secuencia bélicas están entre lo mejor del género, gracias a John Coquillon que consigue un realismo único.
Uno de los grandes aciertos de Peckinpah es que éste logra que aborrezcamos la guerra sin necesidad de hacer ideologías de ningún tipo. Los protagonistas son soldados alemanes en las Segunda Guerra Mundial, se supone que son los malos y aún así nos interesamos por sus vidas y sus muertes. Alusiones a los aliados o Hitler no existen en el film, estamos en el frente ruso, el director no quiere hurgar en la herida del holocausto o cosas parecidas, él quiere hablar de la guerra, de demostrar que ésta es tan horrible para los “buenos” como para los “malos” si se me permite expresarlo así. En ‘La cruz de hierro’ no hay soldados, hay hombres que odian la guerra, algunos luchan por deber, otros por obligación, y otros para conseguir la gloria. Y en medio de todo eso, los bajos instintos del ser humano en un contexto de horror. Sirva como ejemplo el episodio de las mujeres, la felación y lo que viene después, o sin ir más lejos el recibimiento que sufren Steiner y sus hombres al regresar con prisioneros rusos, por no hablar del destino del niño ruso adoptado por el pelotón en un momento dado. La Guerra no hace diferencias.
Una vez más Peckinpah logró un reparto de altura para su película. James Coburn, que ya tenía experiencia con el director y no sería la última vez que trabajasen juntos, da vida a Steiner, un hombre totalmente asqueado del mundo, de la guerra y de los hombres que las provocan. Es sin duda, el personaje mejor trazado por encima del capitán Stransky, a cargo de Maximilian Schell, tal vez un poco exagerado. James Mason y David Warner son dos oficiales que representan el lado burocrático de la guerra, aquellos que intentan explicar con órdenes y leyes lo que sencillamente no tiene explicación.
‘La cruz de hierro’ no funcionó bien en suelo americano —aunque un cineasta como Orson Welles envió un telegrama a Peckinpah en el que le decía que era la mejor película antibélica que había visto nunca—, se supone que por la difícil identificación del público yanqui con un soldado alemán, pero en Europa fue un éxito estruendoso, tanto que provocó una continuación con Richard Burton en el papel de Steiner. Afortunadamente Peckinpah rechazó dirigirla prefiriendo meterse en un entretenimiento puro y duro sobre unos camioneros haciendo gala de esa exageración típica en el último tramo de su obra.
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