‘French Connection: Contra el imperio de la droga’ (‘The French Connection’, William Friedkin, 1971) es una de las grandes películas de los setenta. El otro gran film policiaco de aquel año al lado de 'Harry el sucio' (‘Dirty Harry’, Don Siegel, 1971), cuyos estrenos estuvieron separados por seis semanas de diferencia. Dos películas tan parecidas como diferentes, sobre todo por el tono elegido por los directores a la hora de narrar la historia.
Si el personaje de Harry Callahan se convirtió en todo un referente, copiado hasta la saciedad —tanto que su imagen parece haber sido desvirtuada en imitaciones burdas— el de Jimmy “Popeye” Doyle no se queda atrás. Fue el personaje que lanzó definitivamente al estrellato a uno de esos actores que siempre han renegado de la condición de estrella: Gene Hackman —retirado del cine desde el 2004—, consiguiendo su primer Oscar con este personaje que, dicho sea de paso, fue ofrecido a prácticamente todo actor famoso de aquella época.
Steve McQueen, que había triunfado enormemente con un film producido por el mismo productor que la presente, Philip D´Antoni, rechazó el papel porque no quería hacer más papeles de policía; Robert Mitchum porque odiaba la historia; Lee Marvin porque no le gustaban los policías; Paul Newman fue una opción a considerar, pero los productores lo consideraron demasiado caro; y así podríamos seguir un buen rato con las opciones y descartes que no pasan de la mera anécdota, aunque son un bonito juego para la mente cinéfila.
El detalle más divertido del casting de ‘French Connection: Contra el imperio de la droga’ es el de Fernando Rey. El famoso actor interpretó al malvado de la función por un error que cometió el director de casting. Friedkin encargó que contratasen al actor que había visto en ‘Bella de día’ (‘Belle de jour’, Luis Buñuel, 1967), refiriéndose a Francisco Rabal. El director de casting pensó que Friedkin hablaba de Fernando Rey, y cuando éste se presentó al rodaje estuvieron a punto de despedirlo. El hecho de que Rabal no estuviese disponible y que no sabía hablar inglés, benefició enormemente a Rey.
Cuenta la leyenda, que siempre es más bonita que la realidad, que William Friedkin tuvo un encuentro con Howard Hawks, a quien se le ocurrió preguntarle qué le parecían sus películas. El director de 'Rio Bravo' (íd., 1959) le espetó un “muy malas”, diciéndole a continuación que filmase una gran persecución, la más grande persecución jamás filmada. Tal vez fue el germen de la película. Diferentes fuentes apuntan que Hawks no le animó lo más mínimo a dirigir la película.
En cualquier caso lo que importan son los resultados, el resto no son más que cotilleos de pasillo con los que calentarnos la cabeza y que, en cierto modo, alimentan la condición de mito de la película. Es mucho más útil, y divertido, saber que la famosa persecución central del film —teniendo en cuenta que prácticamente toda la película es una persecución, dividida en varios actos— fue realizada sin los permisos pertinentes de filmación; incluso algunos de los destrozos son reales, teniendo que pagar después los desperfectos, caso de uno de los coches siniestrados.
Este hecho —que contiene muchas más anécdotas, como por ejemplo que la policía controlaba el tráfico en cinco manzanas, pero la persecución continuó por varias calles más que no estaban controladas— dota de un mayor realismo al film, una de sus principales características. En ese aspecto, la película de Friedkin recuerda a los thriller de los años cuarenta de gente como Henry Hathaway o Jules Dassin y que se filmaban en escenarios naturales. Aquí hablamos de New York.
Pero ‘French Connection’ no muestra la cara más amable o espectacular de la ciudad de las ciudades, al contrario. El film de Friedkin se adentra en los suburbios, en la suciedad humana de la ciudad que nunca duerme. En este claro precedente de esa obra maestra televisiva titulada ‘The Wire’ (íd., 2002-2008) —los parecidos son numerosos—, se respira el ambiente de la ciudad, el humo de las alcantarillas, las calles sucias, y su casi tono documental se traspasa incluso a los personajes, reales y verdaderos como pocas veces.
A ello ayuda, sin duda, no sólo la precisa dirección de William Friedkin, que firma aquí su mejor trabajo, cuyo mayor logro es dotar al film de un ritmo que jamás decae, mediante un prodigioso trabajo de montaje, obra de Jerry Greenberg, y que ganó merecidamente un Oscar. También lo indican las extraordinarias interpretaciones de todo el reparto, sobre todo Gene Hackman, que no esperaba conseguir el papel, y que logra ese milagro con el que todo actor sueña: ser antes que parecer.
Popeye es un excelente policía, que jamás se rinde, pero también un cabrón, en el sentido literal del término. Un ser humano, al fin y al cabo. Uno de esos personajes, riquísimos aunque no lo parezca, que no son ni blancos ni negros, sino que los definen la extensa gama de grises. Hackman se adueña del personaje con una facilidad envidiable, haciendo parecer fácil lo que realmente es difícil. A Popeye se le ama y odia al mismo tiempo, algo en lo que Hackman se hizo todo un experto —su rol en 'Sin perdón' (‘Unforgiven’, Clint Eastwood, 1992) podría ser su máximo exponente al respecto—.
A Hackman le arropan Roy Scheider, como su más “normal” compañero, y cómo no, un Fernando Rey perfecto, que dota su personaje de elegancia y cierto punto divertido. Un villano que termina convirtiéndose en toda una obsesión para Popeye, marcada con un crescendo que culmina con esa especie de descenso a los infiernos de la parte final, en la que Popeye parece perseguir a un fantasma. Volverían a verse las caras en ‘French Connection II’ (íd., John Frankenheimer, 1975), en la que dicha obsesión culmina con otra impresionante persecución a pie.
Philip D´Antoni, que también fue productor de la exitosa ‘Bullitt’ (íd., Peter Yates, 1968), recibió el Oscar a la mejor película del año, y quedó tan contento con el resultado que enseguida quiso repetir operación. Reuniendo más o menos al mismo equipo técnico, y contando con dos de los actores de ‘French Connection’—Scheider y Tony Lo Bianco— produjo la única película que también dirigió, ‘Los implacables: Patrulla especial’ (‘The Seven-Ups’, 1973), una especie de spin off, y que contiene una de las mejores secuencias automovilísticas jamás filmadas jamás filmadas.
Aunque el film de D´Antoni y la secuela son estimables no llegan a la altura de lo mostrado aquí, sobre todo a su atroz y terrible realismo, conseguido por medio de la síntesis y un perfecto sentido de la dramatización. Si hay una película que puede considerase como una perfecta muestra del significado y etimología de la palabra “drama”, es ‘French Connection’. Una obra maestra que hace un estupendo díptico con la de Don Siegel.
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