‘M, el vampiro de Düsseldorf’ (‘M’, Fritz Lang, 1931) es la primera película con sonido de su director, cuyas etapas, muda y sonora, son muy recomendables para todo aquel que quiera aprender algo de cine, cineastas incluidos. También es la penúltima cinta alemana de Lang antes de huir, del nazismo, a los Estados Unidos, donde tuvo una carrera cinematográfica de lo más envidiable. Curiosamente, la primera cinta que filmó allí, ‘Furia’ (‘Fury’, 1936), y la presente, fueron los films predilectos de su director de los que dirigió.
La película está basada, en parte, en hechos reales acaecidos en la localidad de Düsseldorf, cuando un hombre llamado Peter Kürten se dedicó a asesinar a niños, llegando a declarar en el juicio al que fue sometido que bebió sangre de una de sus víctimas, de ahí el mote de “el vampiro de Düsseldorf”, que en España acompañó a la mítica M del título original. No obstante el film empezó a filmarse con el título de ‘El asesino vive entre nosotros’, más claro en intenciones y alejado de la sutileza de la letra M, que impresionó a Lang cuando filmaban la secuencia de la tiza.
El inicio del film, con la madre llamando a su hijo tras juegos infantiles en la calle, es una muestra de las posibilidades sonoras que Lang gustaba de experimentar en ésta su primera andadura más allá del silente. Una llamada de la madre, y poco después un silbido, la popular melodía que ‘M’ convertiría en premonición del terror más cotidiano, un asesino camina a sus anchas por las calles alemanas asesinando a niños. Salvo la parte final, llena de diálogos, el resto parece un film mudo al que se le ha añadido sonido en determinadas secuencias, pero todo ello para aumentar una atmósfera tensa y angustiosa que va in crescendo hasta la dolorosa parte final.
Como en muchas de sus películas posteriores, Lang incide en el enfrentamiento de poderes, en la inutilidad de la ley, y en la fuerza del pueblo unido. En una Alemania entre guerras, con el nazismo ascendiendo de forma peligrosa, un asesino de niños tiene en jaque no sólo a la policía, sino al mundo del hampa, donde están hartos de las continuas redadas para atrapar al asesino, por lo que tomarán parte en una de las cazas más “coreografiadas” que ha dado el séptimo arte, y que Lang filma de forma prodigiosa, tanto en planificación como en montaje.
Llama la atención la secuencia de policía y hampones, en montaje paralelo, tomando decisiones para atrapar al asesino. Como en todo Film Noir –no se trata ‘M’ de una cinta de cine negro en el pleno significado del término, pero sí contiene varios elementos del mismo, años antes de que se produjese su eclosión−, quizá más, absolutamente todos los personajes están fumando en dicha secuencia, y el montaje alterna preguntas y respuestas de los distintos bandos de la ley, hermanándolos en una peligrosa unión.
La efectividad del mundo del hampa queda bien patente cuando deciden echar mano de los mendigos para localizar al asesino, que parece escabullirse siempre. Los métodos utilizados por la gente de a pie son mucho más efectivos que los de la policía, que llega en el momento justo, cuando el asesino es atrapado, juzgado y condenado por el mundo criminal, en lo que parece un final feliz, sin serlo en absoluto. A la hora de retratar ese mundo de mendigos Lang efectúa un plano secuencia que dejaría con la boca abierta al mismísimo Orson Welles.
Con una cámara moviéndose como si de otro personaje se tratase, efectúa imposibles movimientos a través de seres olvidados por la sociedad, filmando costumbres, objetos, rincones, adentrándose sin piedad en cualquier recoveco para terminar alzándose hacia el piso de arriba a través de una ventana en la que vemos cómo los jefes distribuyen cometidos. Una cámara minuciosa que precede el excepcional trabajo de búsqueda llevado a cabo por los mendigos, como si de una masa se tratase, cada uno con una labor determinada.
Con influencias innegables del expresionismo, evidentemente de una de las mejores épocas del silente, Fritz Lang marca, casi como al personaje, al actor Peter Lorre, que quedaría para siempre relacionado con Hans Becket. Lo cierto es que su composición quita el aliento, de la inquietante tranquilidad, antes de cometer un crimen, a la inestabilidad mental cuando se ve atrapado o intenta por todos los medios justificar sus actos ante un tribunal que ya ha tomado de antemano una decisión: eliminarle. Lorre alcanza un patetismo pocas veces visto, logrando que le aborrezcas y al mismo tiempo te apiades de él.
Si al inicio de 'M' una madre llamando a su hijo, el film concluye con una serie de madres, vestidas de negro, después de que hayamos visto al juez a punto de dictaminar sentencia –Lang corta el plano justo antes de hacerlo, decisión de lo más inteligente, al dejar en manos del espectador el papel de todo juez−, lamentándose de que todo lo hecho no les devolverá a sus hijos muertos. Un desenlace de lo más desolador y descorazonador y que hace pensar sobre el verdadero sentido de la palabra justicia. A la Alemania nazi no le gustó nada la película.
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