'Los valientes andan solos' ('Lonely Are the Brave', David Miller, 1962) es un western ambientado a principios de los años 50, en un mundo que cambiaba a marchas forzadas y que literalmente engullía a todo aquel que se resistía a los cambios. Kirk Douglas siempre la consideró su película preferida de todas cuantas protagonizó, lo cual no deja de ser llamativo teniendo en cuenta su increíble filmografía llena de títulos inolvidables. En la cima de su carrera, teniendo el absoluto control de toda película en la que intervenía —supervisaba los guiones y elegía al elenco y al director— enseguida se enamoró de la novela de Edward Abbey y quiso llevarla al cine.
Para ello contó con la inestimable ayuda de su buen amigo Dalton Trumbo, ya libre de la tiranía del senador McCarthy —que le llevó a protagonizar una de las anécdotas más ridículas, y delirantes, de la historia de los Oscars a raíz de su nominación por el libreto de 'El bravo' ('The Bravo', Irving Rapper, 1956)—, que con la inspirada dirección de un sorprendente David Miller, a quien la Universal quiso convertir en el nuevo Douglas Sirk debido a su excelente mano para dirigir actrices, nos brindan un western crepuscular en toda regla. Una visión melancólica del género cinematográfico por excelencia que influiría en directores como Clint Eastwood, quien la homenajea en sus trabajos más nihilistas y de forma mucho más clara en la imprescindible 'Un mundo perfecto' ('A Perfect World', 1993) con la que comparte no pocos elementos.
¿Os acordáis de la alegoría sobre la máquina del tiempo en el mencionado film de Eastwood? Pues su origen está en esta película. Dicho momento está recogido en la segunda imagen, una autopista que Jack cruzará en dos instantes muy señalados. Una autopista con coches, y en el espejo retrovisor una imagen casi anacrónica, un cowboy a lomos de su caballo, el pasado que queda atrás. La composición del plano no puede ser más sugerente e inteligente, una decisión de puesta en escena que revelaba a un Miller inspirado, en contra de lo que años más tarde declararía Kirk Douglas al respecto, considerando que ceder la dirección del film a Miller fue una equivocación. El mítico actor pensaba que para hacer un buena película llegaba con un buen guión, una creencia desgraciadamente muy extendida, y que films como este demuestran que no es cierto.
La dirección de Miller es casi milimétrica, atendiendo a todos y cada uno de los aspectos del film con visible pericia. El ritmo, que algunos podrán considerar lento, es el apropiado para una película cargada de nostalgia en casi todos sus planos. La utilización del formato scope, siempre abocado a la espectacularidad, encuentra aquí una razón de ser, primero con todas las vivencias de Jack en el pueblo —una violenta pelea con un manco en un bar, perfectamente planificada, o la visita en la cárcel a su antiguo amigo, quien para desgracia de Jack ha sido domesticado por la vida familiar y se niega a fugarse con él— y después en esa angustiosa y triste segunda mitad, cuando Jack es perseguido tanto por tierra como por aire por un helicóptero, y en la que la relación hombre/naturaleza me hace recordar los westerns de Anthony Mann.
La fotografía en blanco y negro pertenece a uno de los mejores nombres de los años 60, Philip H. Lathrop, quien haría algunos de sus mejores trabajos para Blake Edwards, y que en clara consonancia con el tono del film apoya el claro aire desmitificador de la historia. Todo un puñetazo sin piedad ni concesiones a la figura del cowboy del western clásico y que en cierto modo suponía un precedente de lo realizado por Sam Peckinpah en la magistral 'La balada de Cable Hogue' ('The Ballad of Cable Hogue', 1970), aunque aquí el avance tecnológico, que ha cambiado un mundo que avanza hacia nadie sabe dónde, es mucho mayor. Aviones, coches, camiones, y el recuerdo de la Guerra de Corea, marcan ese mundo al que Jack se resiste a pertenecer y comprender —no lleva identificación porque él sabe cómo se llama y no necesita ningún papel que le recuerde quién es—.
Kirk Douglas compone una de las interpretaciones de su vida controlándose un poco más que de costumbre. Ese vaquero que vive el mundo moderno según las viejas leyes y costumbres es de los que se meten muy dentro. Su mirada melancólica, mezcla de desesperanza y rebeldía, puede apreciarse en el emotivo momento en el que abandona a su yegua, Whisky, para proseguir su huida a pie en la que se da cuenta de que su caballo es realmente la única unión con el mundo que añora. A su lado brillan Gena Rowlands en uno de sus primeros papeles para el cine, como la mujer del mejor amigo de Jack y cuya historia de amor pasada evoca tiempos lejanos y mejores; y por otro lado Walter Matthau en el personaje del sheriff que persigue a Jack y al mismo tiempo le admira resistiéndose a creer que el hombre tumbado en la autopista, víctima de un atropello por un gran camión lleno de inodoros —ironía terrible— es el que persigue ya que nunca lo vio de cerca. Todo un precedente del interpretado por Eastwood en 'Un mundo perfecto'.
Lírica, violenta —el episodio en off en la cárcel con un sádico George Kennedyhacen pensar en lo que años más tarde nos contarían en la famosa 'Acorralado'('First Blood', Ted Kotcheff, 1982)— y con una emoción contenida difícil de igualar, 'Los valientes andan solos' es toda una elegía hacia un género que comenzaba a agonizar, en su concepto más clásico, en aquellos años.
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