jueves, 16 de enero de 2020

'La cosa', magistral inicio de la Trilogía del Apocalipsis




En Francia soy un autor, en Alemania soy un director de cine, en Inglaterra soy un director de películas de terror y en Estados Unidos soy una puta mierda
Así se expresaba el propio John Carpenter hace ya unos cuantos años cuando se le preguntaba por la mala recepción crítica de sus películas en su país de origen, los Estados Unidos de América. Resulta curioso que con el paso del tiempo, que la mayoría de las veces suele poner las cosas en su sitio, Carpenter sea todavía rechazado por la mayoría de los cinéfilos e incluso críticos que no ven nada de especial en un director que ha sabido moverse con agilidad dentro de los cánones del cine comercial pero sin sucumbir a las típicas concesiones de este tipo de cine. Hoy vamos con la que muchos consideran su mejor película: ‘La cosa’ (‘The Thing’, 1982).
La película es la primera entrega de la llamada Trilogía del Apocalipsis, seguida en la magnífica ‘El príncipe de las tinieblas’ (‘Prince of Darkness’, 1987) —una de las películas más infravaloradas de su autor— y la magistral ‘En la boca del miedo’ (‘In the Mouth of Madness’, 1995). También se trata de una nueva adaptación del relato de John W. Campbell Jr. que ya había conocido una traslación al cine de la mano de Howard Hawks y Christian I. Niby en 'El enigma de otro mundo' (‘The Thing From Another World’, 1951), una película que había impresionado mucho a Carpenter —en 'La noche de Halloween' es el film proyectado en televisión en un momento dado—, pero que distaba mucho de ser una adaptación fiel de un relato con enormes posibilidades.


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El argumento no varía demasiado del film de 1951 al menos en lo que es su esqueleto: a una base científica del Polo —el Norte en el film del 51, el Sur en la de Carpenter— llega una forma de vida alienígena que pone en jaque a los residentes del lugar. En el relato de Campbell el alien no tiene una forma específica, es en realidad “una cosa”. Es evidente que en el film de Hawks por razones presupuestarias y que los efectos visuales estaban lejos de la perfección de hoy día, el extraterrestre tiene forma humanoide, es un enemigo con forma concreta y por lo tanto fácil de exterminar. Carpenter se centró con inusitada pericia precisamente en ese aspecto tan importante en la historia: la no forma del alien.
Y digo inusitada pericia porque lo que este hombre logró con el uso de los efectos visuales y de maquillaje —uno de los grandes trabajos de Rob Bottin— es algo que muy pocos han sabido hacer, quizá Spielberg y a ratos Cameron: la perfecta inserción de la técnica en la historia narrada de forma que ésta no queda supeditada a dicha técnica, y al mismo tiempo sea ésta la única herramienta posible para narrar con convicción lo que se quiere contar. Dicho de otro modo, la forma es el fondo, y ‘La cosa’ es probablemente el ejemplo más claro en el cine moderno. Al fin y al cabo de eso se trata ser director de cine, saber poner en escena, saber narrar. Y Carpenter es, pese a quien le pese, unos de los mejores narradores que ha dado el cine americano en los últimos 35 años.
Pero no hablamos únicamente de unos deslumbrantes efectos visuales, que son más mérito de Bottin evidentemente, hablamos de cómo Carpenter retrata el mismísimo horror a través de una historia en apariencia sencilla, de brillante suspense gracias a un ejemplar uso de las elipsis. Tras la súbita aparición del perro perseguido por los noruegos que quieren matarlo —primera irrupción en la rutinaria vida de los habitante de la base—, éste es filmado deambulando por la base en inquietante tranquilidad. Vemos al perro llegar a la habitación de uno de los hombres de la base, se para, Carpenter cambia a otra cosa pero ya nos ha metido el miedo en el cuerpo. Ennio Morricone le ayuda con una banda sonora muy acorde con las que compone habitualmente el propio director, que dicho sea de paso ofreció componer la música a Jerry Goldsmith quien rechazó la oferta.
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Ese instante del perro nos prepara para la materialización posterior de nuestros temores en la set piece de las jaulas donde duermen los demás perros —segunda y traumática interrupción en la rutina de la base y auténtico punto de inflexión de la historia—, en la que el impacto es tal que Carpenter ha logrado la inmersión total del sorprendido y aterrorizado espectador. A partir de ahí es el horror, nunca sabremos quién es quién en realidad, mientras uno a uno van cayendo todos los personajes, y Carpenter utiliza los efectos para representar el terror en su esencia. ¿Quién no se queda completamente paralizado y fascinado con el instante del "infiltrado"? Ese pecho convertido en una gran boca que sesga los brazos del doctor, el fuego, la cabeza-araña… qué delirio. Es increíble que casi 30 años después el trabajo de Rob Bottin —excelente por atrevido e imaginativo— supere con creces trabajos posteriores.
A pesar de encontrarnos ante un film lleno de efectos visuales y claramente enmarcado en los límites del cine comercial, Carpenter es lo suficientemente inteligente como para sacarse esa absurda etiqueta y no caer en ninguna concesión. Fue criticado por sus compañeros por la extrema dureza de sus imágenes, yo prefiero verlo como un llegar hasta las últimas consecuencias en la propuesta, que para deleite de los más exigentes concluye con un final totalmente ambiguo. MacReady —excelente y carismático, como siempre, Kurt Russell en una de sus colaboraciones con su amigo Carpenter— y Childs —Keith David— solos, vigilándose el uno al otro mientras su lenta y fría muerte salvará o condenará a la humanidad para siempre.

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