Tras sorprender a medio mundo con su tercera película, 'El sexto sentido' ('The Sixth Sense', 1999), M. Niht Shyamalan repitió jugada con 'El protegido' ('Unbreakable', 2000). El mismo año que Bryan Singer dirigía la excelente 'X-Men', primera aproximación al mundo mutante más popular en Marvel, y años antes de que la todopoderosa editorial se metiese en el séptimo arte a destrozar el lenguaje cinematográfico hasta límites insospechados, el director de origen hindú dejó boquiabiertos a muchos, tanto par bien como para mal, con su aproximación al mundo de los cómics, concretamente los superhéroes. A día de hoy me sigue pareciendo el mejor tratamiento en cine que se ha hecho sobre el llamado noveno arte, cuyo complemento es la también extraordinaria 'Múltiple' ('Split', 2016), film que además de dar la oportunidad a James McAvoy de realizar una de las mejores interpretaciones de los últimos años, añade a lo visto una muy inteligente mirada sobre el poder de la imaginación, firmando una de las mejores cartas de amor al poder del cine, al cine en sí mismo —la personalidad número 24 de Kevin Wendell Crumb desata el poder; el cine va a 24 fotogramas por segundo—. Con el desenlace, que la unía al universo de 'El protegido', en una carambola tan inesperada como coherente, despertó la curiosidad de muchos espectadores que desde entonces esperaron con ansiedad esta esperada secuela en la que el escritor/director rescata el personaje de Mr. Glass interpretado por Samuel L. Jackson.
Tal ha sido el impacto de ese desenlace —probablemente el más inteligente entre todos los realizados por Shyamalan— que 'Glass' pasó a ser el siguiente film que el director levantaría, no con poco esfuerzo. 20 millones de dólares, salidos de la cartera del propio director, para una película cuya apariencia hace creer que ha costado bastante más, lo cual es una lección —otra más— a un montón de directores que necesitan de grandes presupuestos para narrar sus historias. La verdad es que desde que se asoció con Jason Blum, uno de los nuevos gurús del cine de terror y/o fantástico de los últimos años, Shyamalan maneja presupuestos pequeños, por no decir ínfimos. Fue este productor quien brindó a Shyamalan la oportunidad de resucitar, por así decirlo, tras los fiascos taquilleros y de crítica de 'Airbender: el último guerrero' ('Airbender', 2010) y 'After Earth' (íd., 2013) —films no tan desdeñables como se quiso hacer creer en su momento—; lo hizo con la magnífica 'La visita' ('The Visit', 2015), otro film que fue recibido con estulticia por una buena parte de la crítica actual, llena de impostores. Una especie de segunda oportunidad en la que Shyamalan, como si se tratase de Roger Corman, recupera con creces lo invertido en sus película a poco éxito que tenga. Mientas tanto formalmente hablando, también temáticamente, sigue fiel a su estilo y mirada, poniendo el acento en la necesidad de creer y el valor de la familia.
David Dunn, el maravilloso personaje interpretado por Bruce Willis, que cerraba el maravilloso epílogo de 'Múltiple', sigue utilizando sus poderes para limpiar la ciudad de villanos, pero sobre todo tratando de encontrar a la Bestia, la personalidad definitiva de La horda (James McAvoy) que sigue buscando a los que no han sufrido para que sepan lo que es —maravillosa alegoría sobre la sociedad en general, dividida entre los que realmente sufren y los que se creen con derecho a hablar de sufrimiento desde sus púlpitos económicos—, al encontrarlo, por casualidad —otro maravilloso detalle con el que Shyamalan juega de nuevo con el creer en lo imposible—, aquél y Dunn terminan internados en una especie de hospital mental para personas que se creen superhéroes. Allí la doctora Ellie Staple —Sarah Paulson, que aceptó el papel sin leer el guion— tratará de convencerles de que lo que creen que son sólo ocurre en sus enfermas mentes debido a algún trauma pasado —¿se está burlando Shymalan de los psicólogos y psiquiatras? Porque si es así, no pienso morirme sin darle un abrazo—; a ellos se les unirá Mr. Glass, el villano por excelencia de este universo cinematográfico, dotado de una mente superior, capaz de idear los planes más retorcidos para sus fines. Y éstos no son otros que convencer al mundo de que los cómics narran historias reales, o parten de una verdad, de que personas dotadas de cualidades excepcionales habitan entre nosotros.
Su intención en 'El protegido' era la del equilibrio con respecto al personaje de Willis. Como el propio Glass sentenciaba al final de la misma, todo superhéroe tiene su némesis. En 'Glass' se habla también de equilibrio, concretamente con todo lo que rodea al personaje de Sarah Paulson, que extiende el universo. Puede tener connotaciones de todo tipo, incluso políticas, pero esas las dejo para esa clase de gente tan bien definida en 'La niebla' ('The Mist', Frank Darabont, 2007) por Toby Jones en un momento dado. Prefiero quedarme con la mirada sobre lo diferente que es el ser humano entre sí, con las cosas de las que somos capaces como especie, de las buenas y malas, porque no existe el bien sin el mal, son complementarios, y cómo Shyamalan utiliza la alegoría de los superhéroes —más de moda ahora en el cine que en el momento de 'El protegido'— para hablar de la responsabilidad que todos tenemos, y sin un sólo diálogo. En aquélla David Dunn iba a una estación, por consejo de Mr. Glass, para "ver" lo que hacía la gente; allí descubría sus habilidades, quedando muy horrorizado de las abominaciones que el ser humano podía llegar a cometer. Cierra el círculo con el anticlimático desenlace en 'Glass' también en una estación —aquí con espacios abiertos, allí más claustrofóbica, más íntima— pasando dicha responsabilidad a ser algo mucho más grande, más colectivo, más nuestro.
Porque es a nosotros a quien se dirige Shyamalan, prácticamente como ha hecho siempre, quizá más claramente que nunca, tal vez porque la audiencia de hoy día lo necesita más debido al exceso de información, que en lugar de ayudar confunde —sobre todo si le sumamos le necedad del público a entender—. Ocurre lo mismo con uno de sus directores preferidos, Steven Spielberg, quien ha sido lo suficientemente claro en 'Los archivos del pentágono' ('The Post', 2017) y 'Ready Player One' (íd., 2018) —ésta, una de las mejores bofetadas a la sociedad actual que se han visto últimamente—. Mr. Glass, o lo que es lo mismo, Elijah, podemos ser todos y cada uno de nosotros; pero no sólo él. Aquí Shyamalan establece un diálogo con el público que pasa por a interacción con todos sus personajes. El plano/contraplano tan clásico pasa aquí por un diálogo directo con el espectador. En determinados momentos muy concretos los actores miran ya no sólo de frente a la cámara, sino a esquinas del encuadre. Shyamalan habla a toda la platea; y lo hace mediante otro diálogo, también vital, el que se produce entre la realidad y la fantasía, y los límites de cada una; ¿donde termina una comienza la otra, o están irremediablemente unidas en algún punto?
La fe de la que suele hablar Shyamalan en su películas no es otra que la necesidad de la fantasía, la de soñar. En ese aspecto se trata de uno de los mejores mentirosos que el cine posee en la actualidad, característica que también poseía otro de sus directores preferidos, Alfred Hitchcock, quien como pocos alcanzó la verdad a través de la mentira —la ficción cinematográfica—. En 'Glass' vuelve a hacer gala de su dominio para la puesta en escena, combinando algo realmente difícil por atrevido: unificar a Spielberg con Satiyajit Ray. Dos tipos diferentes de planificación que se dan la mano en instantes como muchas de las conversaciones en el hospital, y que consiguen lo que parece imposible, que lo cotidiano parezca sobrenatural —algo ya presente en 'El protegido'—. El uso de un color para cada uno de los tres personajes centrales termina de poner la guinda. La fantasía es cosa de cada uno.
Además argumentalmente, 'Glass' llega a un lugar tan arriesgado como coherente, alejado totalmente del clásico clímax en las películas de superhéroes, y también en muchos blockbusters: concluir por todo lo alto con un enfrentamiento épico. Curiosamente Shyamlan se atreve a algo totalmente inesperado, eliminar a sus tres protagonistas, justo además cuando les hemos cogido un cariño enorme, para dar paso al plan maestro de Glass: el origen, que está en nuestras manos. Y lo hace renunciando a toda épica en cada uno de los casos, sobre todo el de Dunn, que puede dejar un muy amargo sabor de boca. Pero si esta película puede verse como todo lo contrario a lo que hace con los superhéres Marvel, por ejemplo, ese detalle tiene aún más sentido. Al final quedan los testigos de los hechos, los herederos, aquellos que se encargarán de que la historia sea contada, el legado. De nuevo depende de nosotros, de nuestra capacidad de soñar. De levantar con fuerza y fragilidad unidas a la bestia herida que llevamos dentro. ¿Para qué caemos?
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