jueves, 11 de octubre de 2018

'La sombra de la ley', érase una vez en Dani de la Torre



"Agradecimientos al maestro Ennio Morricone porque su música inspiró cada uno de los planos de esta película"

Esta frase, que puede leerse en los agradecimientos al final de los títulos de crédito de 'La sombra de la ley' (Dani de la Torre, 2018), encierra todo lo que la película es, una declaración de amor por parte de su director al cine, concretamente al que él le ha conmocionado e impresionado en su formación como cinéfilo, más tarde como director. Pero no únicamente porque en la película hay una clarísima referencia al maestro italiano, sino que se trata de una declaración de intenciones en la que Dani de la Torre repite —esa vez con el doble de presupuesto— su entusiasmo por el séptimo arte, cual niño emocionado con su juguete el día de Reyes —una analogía rara, sí, aunque en ambos contextos la mentira se usa con una finalidad concreta—, tal y como ya demostró en su anterior, y superior, 'El desconocido' (2015).

De nuevo apadrinado por Vaca Films, de la Torre da un paso de gigante en su segundo film. La intención de hacer cine de gángsters en nuestro país es, ante todo, de aplaudir. La productora gallega sigue batallando contra los prejuicios que existen en nuestro propio cine, del que no hace tanto nos reíamos cuando se trataba de hacer algo "a la americana". Por las imágenes de 'La sombra de la ley' se pasean los nombres de Steven Spielberg, Sergio Leone —el que pisó suelo estadounidense—, John Ford, Martin Scorsese e incluso William A. Wellman, haciendo un guiño, a 'Alas' ('Wings', 1927), ya realizado por Rian Johnson en 'Los últimos Jedi', aquel en el que la cámara sobrevuela varias mesas en un club, aunque aquí son muchas menos mesas y también menor capacidad narrativa. Guiños, guiños, homenajes, más guiños, y también una historia, aunque ésta sea lo de menos. Es más, 'La sombra de la ley' posee un guion demasiado simple que Dani de la Torre eleva con su puesta en escena, aunque a veces le puede la emoción.




Años 20, Barcelona, el vital robo a un tren, policías corruptos, trabajadores explotados, anarquistas enfurecidos, mafiosos, y un personaje misterioso, el de un policía enviado desde Madrid para ayudar en el caso de robo. Nada de lo que sucede en la película llega a interesar de verdad, al menos sobre el papel. Es el director quien lo viste formalmente, salvando un libreto con elementos algo bochornosos que tienen que ver, por ejemplo, con la identidad del autor del robo, complicando argumentalmente la historia para intentar despistar a un espectador que, a poca atención que preste, no es engañado ni lo más mínimo, con historias secundarias —la de la bailarina cantante del club y su jefe— que enredan innecesariamente una trama anodina, vestida por personajes reflejo de otros tantos personajes, moradores en la mente cinéfila de su director.



Por supuesto, los actores están casi todos entregados a la causa, creyéndose lo que hacen. Destacan sobremanera Manolo Solo, que roba todos y cada uno de los planos en los que hace acto de presencia; Ernesto Alterio, en una de sus mejores composiciones, un policía repugnante terriblemente auténtico; y la verdadera sorpresa de la película: José Manuel Poga, capaz de componer un personaje únicamente con su presencia, mínimos gestos y poca palabra, dando toda una lección de cómo moverse delante de una cámara. En el otro extremo se sitúan Fredi Leis, que parece pertenecer a otra película y es el único de todo el elenco al que un sombrero le sienta mal, y Michelle Jenner, que dejando a un lado el hecho de que su personaje se baje a hostias a hombres que la doblan en corpulencia —no es una película de superhéroes—, sólo pone dos caras, la de llorar/gritar, y la de llorar/gritar más. Curiosamente todo es mucho mejor en 'La sombra de la ley' cuando nadie habla.

Son los silencios y las miradas elementos mucho más importantes e interesantes que cualquiera de los diálogos recitados, algunos de juzgado de guardia —"vámonos de aquí que esto parece un funeral"—, rellenos innecesarios en algunas conversaciones que no hacen más que subrayar lo que la imagen ya muestra o sugiere. Corren malos tiempos para la sugerencia en el cine, como si se creyese que el espectador es tonto... Pero 'La sombra de la ley' se engrandece cuando el silencio reina, cuando los gestos y los ojos expresan lo necesario. De hecho es así como Luis Tosar compone su misterioso personaje —con ecos del mismísimo Clint Eastwood— dotándolo de una aureola casi mística únicamente cuando no pronuncia palabra. La ausencia casi total de datos de su vida es uno de los pocos aciertos del guion, tanto que uno quiere saber más sobre el policía Aníbal Uriarte.

Por supuesto el diseño de producción es apabullante. Las tomas panorámicas de la Barcelona de los años 20 son impresionantes. Por otro lado, hay un exceso de planos cenitales —ya marca de la casa—, salvo el de las puertas del coche abriéndose, claro guiño por parte del director a su anterior película. Planos secuencia que se alargan demasiado, como en la muy comentada entrada al club Edén, la cámara sube hasta casi esconderse detrás de una lámpara para volver a bajar y dar nada menos que cuatro vueltas alrededor de la cantante en el escenario; también aquel que rodea con dos vueltas un coche en cuyo interior se produce una pelea de extraño ritmo; afortunadamente éste concluye con la que yo considero la mejor secuencia del film y en la que José Manuel Poga brilla a gran altura. Una caída de telón final marcada por el diálogo corto, un simple gesto y una mirada perdida. Sublime.



No hay gran emoción en 'La sombra de la ley' aunque lo pide a gritos, ni siquiera cuando suena el tema musical, metido a calzador, 'Hasta el último suspiro', que es muy bonito, pero ya lo he oído miles de veces con otros títulos y otras voces. Es ése, sin duda, el mayor guiño al cine de Leone que hay en la película, pero incapaz de ir más allá de la referencia. De entre todos los guiños/homenajes que se reconocen en la película, los hay a películas tan dispares como 'El último hombre' (Last Man Standing', Walter Hill, 1996) —cito la tercera versión de la misma historia por motivos evidentes— e incluso 'Blade Runner' (íd., Ridley Scott, 1982) —que aquí sirve para introducir en el relato una muy poco probable arma homicida—; todos están realizados, y se nota, con un cariño enorme, aunque John Ford jamás hubiese puesto la cámara dos puertas más atrás, jamás, siempre desde el interior —Jenner y Paco Tous encuadrados por una puerta a su vez encuadrada por otra puerta—.

Con todo 'La sombra de la ley' no aburre ni un sólo instante, pero creo que la película sería mucho mejor con veinte minutos más, pues ésta abunda en elipsis muy raras, como si faltasen secuencias, por no hablar de la desaparición de personajes importantes de una forma demasiado repentina y prácticamente en segundo plano —ejemplo: William Miller—;  me da igual, la película supone entrar en la mente cinéfila de Dani de la Torre, en lo que él considera que es el cine, en cómo él ama ese cine y cómo lo entiende. Está reflejado en cada uno de los planos, y tal y como rezaba la tercera película de Damien Chazelle, la gente ama ver a otra gente haciendo lo que le apasiona. Está en vuestra mano. Como siempre.

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