domingo, 7 de octubre de 2018

'El reino', que dios les perdone



'El reino', la última película de Rodrigo Sorogoyen —director de esa joya titulada 'Que Dios nos perdone' (2016)— da comienzo con dos secuencias de lo más sugerentes. La primera, antes de empezar a conocer al personaje que interpreta Antonio de la Torre, nos muestra a un político hablando por teléfono a la orilla del mar. La imagen por sí sola ya invita a la reflexión —en el séptimo arte, son las imágenes las que deberían invitar a eso, no las palabras—. Si tenemos en cuenta imágenes previas sobre el mar y el horizonte y su significado, el atrevimiento no tiene parangón. 'El mar concede a cada hombre una esperanza como el dormir le concede sueños" rezaba el final de una de las excelentes películas de John McTiernan. Unir en un mismo escenario a un político con una de las simbologías sobre la esperanza es atrevido. Si tenemos en cuenta a toda la clase política de nuestro país incluso parece un chiste. De los buenos, eso sí.

La otra es la de la fotografía que encabeza este texto, una clara declaración de intenciones por parte de Sorogoyen que, junto a su guionista, habitual, Isabel Peña, y que marca bastante bien el camino por el que transcurrirá el film. La imagen de la imagen de un político de espaldas y al que sólo se le ve media cara, que puede ser tan verdadera como falsa. O tal vez una mezcla.



'El reino' es una carrera, nunca mejor dicho, a través del personaje de un excelente Antonio de la Torre, Manuel López-Vidal, que a su vez está yendo de un lado para otro en lo que parece una continua catarsis con un ritmo ascendente y un crescendo dramático que durante los dos primeros tercios del film, quizá un poco más, deja prácticamente sin aliento. Según el propio director el punto de referencia más importante de su película es la inmensa 'El dilema' ('The Insider', Michael Mann, 1999). Los paralelismos son evidentes en cuanto a forma —argumentalmente parten de una premisa idéntica, la desesperada encrucijada que un hombre emprende contra su entorno totalmente podrido y peligroso—, aunque el contexto no es la extensa USA con una todopoderosa tabacalera haciéndole la vida imposible al protagonista, sino nuestra España querida y el estercolero que tenemos como política. Corrupción en todo su esplendor, algo que a estas alturas ya no nos sorprende, e incluso el mundo de la ficción, que siempre actúa como reflejo de una realidad mucho más terrible, se queda corta.

Nada que objetar en el retrato del personaje central que es tomado como punto de referencia de toda la película. Él es el absoluto protagonista y puede dar la sensación de que los secundarios simplemente pasan a su lado, pero el guion es tan certero que uno enseguida reconoce a algunos de ellos, o dicho de otro modo, nos resultan terriblemente familiares. Especial mención merece el trabajo de Luis Zahera, antológico actor de carácter que está pidiendo a gritos una película como protagonista absoluto, en otro de esos repulsivos personajes que tan bien le salen, con momento estelar incluido —la charla en el balcón, porque el despacho puede tener micrófonos— moviéndose entre la comedia y el drama con envidiable habilidad. También el breve cometido de Bárbara Lennie, demostrando de nuevo que es la mejor de su —y alguna más— generación, aunque aquí tenga que aguantar el tipo en la peor secuencia de la película, la final.



'El reino' es una lección de ritmo, planificación y montaje, por no excederse ni un sólo segundo —¿tengo que indicar aquí que otros directores se emocionan demasiado con la cámara o se entiende?— con una cámara vibrante de un director que comprende a la perfección que en arte la forma es el fondo; casi un tour de force continuo por parte de De la Torre, con Sorogoyen saludando a Michael Mann, al colocar la cámara casi en la nuca del personaje, convirtiendo el saludo en estilo  —Sorogoyen es uno de los pocos directores españoles jóvenes, tan sólo 37 años, que pueden hablar de un cine propio— y provocando una tensión sin parangón que concluye en un tramo final en el que el director parece acobardarse. De una muy extraña secuencia en una fiesta casera se pasa a la materialización de la paranoia que sufre Manuel, y de ahí a una entrevista televisiva, con Ana Pastor como modelo, con la que el director concluye repentinamente el film, dejando en manos del espectador la reflexión. Una reflexión que se antoja débil, pueril y ante todo enormemente infantil.

Se comenta que 'El reino' duraba bastante más de las dos horas que dura, lo cual tendría cierta lógica. El final es demasiado brusco, cambiando el tono que hasta ese momento predominaba en el relato. Demasiada tijera, por evidentes motivos comerciales, y que supone el único punto flojo en un film cuasi perfecto. Una planificación confusa, que concluye con la consabida mirada a cámara hablando así al espectador para que éste se involucre —que ya entra en la sala involucrado, porque en la realidad ya está harto de todo lo que narra el film—, y que hace aguas por un único motivo. El intento de condenar a los medios de comunicación —algo que el film de Mann consigue sin esfuerzo— se torna poco menos que ridículo al introducir una reflexión de patio de colegio, aquella con la que concluye el film con una Lennie un poco perdida —por lo mal escrito que está su personaje y lo absurdo de la situación— lanzando una pregunta realmente estúpida al político, y de paso al espectador.

Diector's cut de 'El reino' ya.

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