viernes, 27 de abril de 2018

'Déjame entrar (Let Me In)', un relato de sangre


Revisado el film sueco de Tomas Alfredson —quien no termina de encontrar su lugar en el cine estadounidense, sobre todo después de la lamentable 'El muñeco de nieve' ('The Snowman', 2017)— no ha cambiado al respecto desde la primera vez que la vi, pero sí debo retractarme de algo que escribí en su momento. Dije que la magistral película sueca sería estropeada por el consabido remake norteamericano. Es un placer para mí tragarme esas palabras, y a pesar de que la idea de hacer un remake de un film de tan sólo dos años de vida, me parece de lo más absurda, sí es cierto que cuando la operación sale bien —muy pocas veces— uno no debe cerrarse en banda por el hecho de ser un remake.


Decían las lenguas "expertas" que para disfrutar de una película como ‘Déjame entrar (Let Me In)’, lo mejor es acercarse a ella olvidándose de que uno ha visto la original. Es muy fácil. Según esta gente, uno debe eliminar de su cerebro la experiencia de haber visto una película como si tal cosa, algo que no dudo algunos sean capaces de hacer continuamente. Uno no puede obviar el cine anterior que se ha visto, hacerlo sería negarse a ver e intentar entender la evolución que el séptimo arte tiene desde su creación. En cualquier caso, una de las virtudes del trabajo de Matt Reeves es precisamente la de tener vida propia aún teniendo que ser comparada con la versión dirigida por Tomas Alfredson.
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La historia del remake es prácticamente la misma que en la original. Uno puede llegar a pensar que está viendo una fotocopia americana, y así es pero sólo en lo que podríamos denominar esqueleto de la historia. Matt Reeves ha sido lo suficientemente inteligente —al igual que ya hizo en la interesante ‘Monstruoso’ (‘Cloverfield’, 2008), sacándole miga a una mínima historia— como para realizar unos pequeños cambios en el material para apartarse considerablemente de él. Así logra mantener cierta distancia y al mismo tiempo rendir respeto, tal vez demasiado hacia el trabajo original. Puede que ésa sea la mayor traba de ‘Déjame entrar (Let Me In)’, Reeves tiene poco margen para moverse, y aún así consigue cierta independencia, logrando ahondar más en ciertos puntos de la historia. Por la contra otros quedan sacrificados en pos de cierta comercialidad.
Lo primero que nos encontramos es evidente su cambio territorial. De la Suecia de los ochenta pasamos a Nuevo México —el proyecto Manhattan se liga así con una de las filosofías de Abby: devolver el golpe muy fuerte— de la misma década, algo que no es recordado en detalles como el cubo de Rubik o los discursos televisados de Reagan. También existe en la cámara de Reeves cierto halo nostálgico por el cine de terror de aquellos años, y parece marcada por el estilo de cineastas como John Carpenter. No en vano en el argumento vemos referencias a ‘Taxi Driver’ (íd., Martin Scorsese, 1976) y 'Halloween' (íd., John Carpenter, 1978), una por el impacto que tuvo en la sociedad americana, la otra como guiño cinéfilo hacia el género de terror en aquellos años —el personaje de Richard Jenkins actúa cual Michael Myers en sus salidas nocturnas en busca de sangre—.
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En este último aspecto Reeves acentúa los toques gores del relato, logrando no excederse demasiado. Y con ello no sólo busca un público más amplio, sino que resulta más coherente con su discurso. En el film sueco, la historia poseía una fuerte carga sexual, jugueteaban con la ambigüedad. Reeves realiza un relato sobre la sangre, y queda más claro el proceso de reclutamiento por parte de Abby —una excelente Chloe Moretz— hacia Owen —Kodi Smit-McPhee no tan excelente—, aún cayendo en errores como mostrar unas viejas fotografías que desvelan la relación entre Abby y el hombre que parece su padre, un sensacional Richard Jenkins, tal vez un poco desaprovechado por lo poco que aparece en pantalla. La anulación del toque sexual potencia ese lado de la historia, y se centra demasiado en temas como el bulling, también presente en el film sueco, pero Reeves gusta de recrearse en ello.
‘Déjame entrar (Let Me In)’ decae un poco en su último tramo, cuando el director /guionista ya no puede improvisar demasiado y su similitud con el film sueco es total y absoluta. La escena de la piscina no posee tanta fuerza, y en ella se caen en una serie de concesiones al público que trastocan un poco el resultado final. Del mismo modo que la inclusión del personaje del policía —un efectivo Elias Koteas— pone en evidencia algunos puntos débiles en la trama, Reeves rechaza todo lo que es sugerencia y muestra más de lo debido. Resulta curioso que esta película sea con la que la mítica Hammer Film regresó al campo de acción, pues esta productora siempre se caracterizó, al menos en sus trabajos más recordados, por la sugerencia. Al menos logra en gran parte de su metraje el mismo objetivo que el film sueco, reescribir el género vampírico, reinterpretarlo sin insultar su esencia. Hacer eso en un remake es bastante elogiable.

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