Decía Alfred Hitchcock, confeso admirador de Carl Theodore Dreyer, que 'Vampyr' es la única película que merece ser vista varias veces. Don Alfredo sabía perfectamente lo que decía, pues el presente film no es de fácil digestión y eso que hablamos de uno que dura tan sólo 75 minutos, algo impensable hoy día. Una hora y cuarto de puro cine en todo su esplendor que no sólo se alza como uno de los más interesantes planteamientos sobre el vampirismo en el cine, sino que invita al espectador a completar en su cabeza la historia que Dreyer propone. Una osadía para aquella época —estamos en 1932—, pues el cine acababa prácticamente de empezar y eran pocos los que se atrevían a apartarse de los cánones clásicos de narración.
La osadía le salió cara a Dreyer, pues debido a su fracaso —inmerecido a todas luces— el realizador estuvo diez años inactivo antes de dirigir su siguiente trabajo, la admirada 'Dies Irae', y que personalmente encuentro muy sobrevalorada. Sin embargo 'Vampyr' es un film que año tras año encuentro cada vez más fascinante, una de esas obras capitales del séptimo arte y una de las pocas que elevan dicho arte a su máxima expresión. Hitchcock puede que exagerara con su afirmación, son muchas las películas que merecen verse más de una vez, pero indudablemente 'Vampyr' va más allá al desafiar al espectador en cada nuevo visionado.
'Vampyr' está basada libremente en los relatos 'Carmilla' y 'La posada del dragón volante' de Sheridan Le Fanu. Precisamente el primero sirvió de inspiración al famoso 'Drácula' de Bram Stoker, novela que Dreyer no barajó en ningún momento ya que Tod Browning acababa de conseguir un estruendoso éxito con la adaptación que protagonizó Bela Lugosi y que a día de hoy sigue siendo la más famosa. 'Nosferatu' de F.W. Murnau era otro de los grandes títulos basados en la obra de Stoker, pero lo que son las cosas, no gustaba nada al actor principal de 'Vampy', Julian West, que en realidad se llamaba Nicholas De Gunzberg y poseía el título de Barón. West tenía cierto poder en las decisiones que se tomaban pues cuando el rodaje estaba muy avanzado decidió financiar el resto debido a los problemas económicos que tuvo Dreyer para terminar la película.
La principal intención de Dreyer a la hora de adentrarse en la historia que narra 'Vampyr' es la de demostrar en cierto modo que el terror viene por lo que se produce en la mente del individuo más que por los acontecimientos que tienen lugar alrededor. Como el propio director declaró en una ocasión si varias personas se encuentran en una habitación y al pasar un rato reciben la información de que hay un cadáver detrás de la puerta todo cambiará de repente, en el escenario nada ha cambiado, la luz sigue siendo la misma, ningún elemento ha mutado; sin embargo la mente lo percibe todo de forma distinta y ésta es capaz de crear un mundo distinto que es el que se sentirá. 'Vampyr' es una película que se siente en cada uno de sus fotogramas en los que Dreyer crea para nosotros un mundo fantasmagórico, onírico, enigmático, sexual, lleno de muerte y también de vida, con la esencial característica de que no parece nuestro mundo, sino algún lugar que se encuentra entre realidad y ficción.
Dreyer, que consideraba que el cine a diferencia del teatro debía ser la realidad más que una representación de la misma, aquí propone un juego de imágenes irreales para meterse en la mente de cada uno. A través del personaje central, que funciona como simple conductor de la historia más que como el típico héroe de las películas de vampiros, el espectador intentará desengranar cada una de las secuencias llenas de simbolismos y en las que el director cambia nuestra percepción desde el mismo instante en el que Allane Grey (West) llega a la posada y en paralelo se nos narra una acción que parece no ser importante, pero lo es por lo que desencadena en la mente del protagonista, nuestra mente. Grey mira como un campesino con una gran guadaña espera a que un barquero lo recoja en la orilla del río que hay allí cerca. Antes mediante un rótulo se nos ha avisado de que Grey es un estudioso de lo sobrenatural, su mirada —la nuestra— está sugestionada por todo lo extraño que acontece a su alrededor.
Ese barquero bien podría ser un particular Caronte transportando algún alma perdida a través del río Estigia. A partir de la primera noche del protagonista en la posada 'Vampyr' deambula por el sendero de lo desconocido mediante todo un mosaico de imágenes extrañas y sugerentes que nos llevan de una escena a otra sin seguir una lógica aparente. Grey recibe la incomprensible visita del dueño de un castillo que más tarde será asesinado, para advertirle. Grey será testigo de sombras —almas quizá— que abandonan a sus dueños para danzar al lado de ese misterioso río que parece ser una frontera entre dos mundos, y también de su propia muerte —un recurso muy utilizado en el cine posterior—, pues él mismo abandonará su cuerpo en una especie de sueño que le llevará al umbral donde empieza la otra vida.
Dreyer consiguió en 'Vampyr' una de las atmósferas oníricas más conseguidas de toda la historia del cine, me atrevería a decir que la más conseguida. Gracias a su operador de cámara, Rudolph Maté, que realizó la fotografía de películas como 'Tú y yo' ('Love Affair, 1939, Leo McCarey), 'Ser o no ser' ('To Be or Not to Be', 1942, Ernst Lubitsch) o 'Gilda' (id, 1946, Charles Vidor) y con quien ya había colaborado en 'La pasión de Juana de Arco' ('The Passion of Joan of Arc', 1928), logra una hipnótica imagen bañada de multitud de grises que nos embriagan y nos llevan más allá de los trucos de montaje o los efectos de luz. A este respecto cabe señalar que para las escenas nocturnas, Dreyer y su equipo filmaban a primera hora de la mañana, consiguiendo un efecto deslumbrante y terrorífico.
Nunca una película fue un claro ejemplo de puesta en escena como ésta. Sirvió de inspiración a muchos cineastas posteriores pero muy pocos han sido capaces de llegar a los niveles que llegó Dreyer con 'Vampyr' en cuanto a capacidad de sugerencia se refiere. Tras un paseo por la oscuridad de lo irreal, con misteriosos personajes —entre ellos la bruja vampiro que tiene aterrorizada a la población, y que tiene un peligroso aliado en un doctor— y misteriosas situaciones que Dreyer nos muestra huyendo de la lógica, el bien vence al mal y las escenas finales poseen el mismo grado de irrealidad que el resto. Esta vez están bañadas de algo milagroso —las connotaciones religiosas son evidentes—, el alma de los personajes queda libre y un amanecer se alza sobre la pareja mientras el mal queda enterrado.
Una obra maestra que merece ser vita muchas veces.
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