Aunque 'Loca evasión' ('The Sugarland Express', 1974) no había triunfado en taquilla Steven Spielberg tenía todo el beneplácito de los productores Richard Zanuck y David A. Brown para hacerse cargo de la adaptación del bestseller 'Jaws' de Robert Blenchey. En un principio la película iba a estar dirigida por Dick Richards —que ese año terminaría dirigiendo la excelente 'Adiós, muñeca' ('Farewell, My Lovely')— pero los productores no quedaron nada contentos con la primera reunión que tuvieron, en la que Richards planteó el inicio de la película como 'Moby Dyck' y llamaba al monstruo ballena, lo que hizo que los productores le despidiesen y llamasen a Spielberg. Poco podían imaginar los tres el alcance que la película tendría.
No sólo se convertiría en el film más taquillero de todos los tiempos, hasta que llegó un tipo llamado George Lucas, amigo íntimo de Spielberg, para batir dicho récord dos años después —ambas películas representan un punto de inflexión en Hollywood—, creándose el concepto de blockbuster veraniego. También se convertiría en todo un fenómeno sociológico —algo que muy pocas películas han logrado a lo largo y ancho de la historia del cine— llegando a transmitir un gran miedo entre los veraneantes de aquel año, tanto que las ventas en los hoteles costeros bajaron considerablemente. Un miedo del que Spielberg se lamentaría años más tarde, pues su película da una visión no realista sobre los tiburones, los cuales no suelen atacar al hombre. Una vez más, y al igual que su prestigioso telefilm, el poder de sugestión es enorme, herencia directa de otro de los maestros de Spielberg: Alfred Hitchcock.
¿Qué es 'Tiburón'? Una película sobre una obsesión, sobre una pasión, sobre la imperiosa necesidad de supervivencia. Eso al menos en la segunda mitad, la que narra una aventura única y llena de tensión. También es un excelente retrato de personajes, los cuales quedan perfilados en la primera mitad del film. En la misma Spielberg, sin dejar de mover la cámara, no deja títere con cabeza a la hora de criticar duramente a los que mandan en el pueblo costero, preocupados de que la mayor fuente de ingresos que poseen, la playa, quede perjudicada por el pánico que se produciría al saber que un enorme tiburón ha tomado el lugar como su restaurante preferido. El jefe Brody —Roy Scheider, en un personaje que era para Clint Eastwood— parece el único sensato, y su carácter choca de frente contra el del resto. Curiosamente aquí el personaje central no pertenece a una familia desestructurada, uno de los elementos típicos en los argumentos que maneja Spielberg. El escualo ya se encargaría de destrozar unas cuantas.
'Tiburón' se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera comprende una descripción de las gentes y el pueblo costero, mientras la amenaza, que ya ha sido sugerida desde la escena inicial del film, va acrecentándose hasta que no hay más remedio que enfrentarse a ella. Sólo son tres los ataques que el tiburón hace en ese primer tramo, y el director se permite el lujo de homenajear a Hitchcock, concretamente 'Yo confieso' (I Confess', 1953) —Brody mirando por encima del hombro del personaje que tiene enfrente, del mismo que hacía Karl Malden en aquélla—, además de mostrar muy poco al tiburón, apenas una mancha, un movimiento rápido que acrecienta la sensación de peligro. El miedo a lo desconocido. Es importante al respecto la labor en el montaje por parte de Verna Fields, en el que sería su último trabajo en la pantalla grande y por el que recibiría un muy merecido Oscar. Director y montadora toman la decisión de sugerir antes que mostrar, dejando ese ejercicio catártico para el angustioso tramo final, que alcanza una muy convincente dureza.
El propio director ha declarado que las audiencias actuales no estarían preparadas para hacer el film exactamente igual a como lo hicieron en su momento; asegura el Rey Midas que el público de hoy día no tendría paciencia para aguantar nada menos que una hora y 18 minutos para ver al tiburón en todo su esplendor —ojo, jamás es mostrado en su totalidad—. Es probable que tenga razón; sin embargo ese tipo de suspense en los films con "monstruos" es el más efectivo a la hora de transmitir al público sensaciones como el miedo o la tensión. Hay ejemplos claros en el cine de siempre —'La humanidad en peligro' ('Them!' Gordon Douglas, 1954)—, incluso posteriores, fruto de la influencia del film —el popular 'Alien' (íd., Ridley Scott, 1979) o 'La cosa' ('The Thing', John Carpenter, 1982) que riza el rizo al respecto, intensificando aún más el temor de aquello que no reconocemos y (o) no vemos—. 43 años después sigue resistiendo el paso del tiempo y todo lo que el cine ha cambiado desde entonces. Ese tramo final sigue siendo toda una experiencia emocional, llena de aventura y crudeza, metáfora del propio ser humano, en la primera mitad tiburón de sí mismo.
Roy Scheider, Richard Dreyfuss —que colaboraría dos veces más con Spielberg— y Robert Shaw forman uno de esos equipos imposibles, por carácter, que se reúnen para combatir a un enemigo común. Un jefe de policía, un experto en tiburones y un cazador. Dreyfuss y Shw se llevaron a matar durante el rodaje, el primero, veterano actor de vuelta de todo, no hacía más que humillar a Dreyfuss que era algo así como un recién llegado al mundo del cine. Dicha tensión entre ambos actores vino de perlas a los personajes a los que dan vida y que se enfrentan en más de una ocasión. El momento culmen de los tres intérpretes es la secuencia en el camarote del barco, con dos de ellos borrachos y contando sus aventuras pasadas —la del USS Indianapolis, un suceso real, es particularmente extraordinaria, y termina de definir el personaje de Quint (Shaw)— a través de las cicatrices que se muestran el uno al otro —¿Cuántas veces hemos visto algo similar en el cine posterior?—, y en la que se incluye un guiño muy personal con Scheider mostrando su verdadera cicatriz de una operación de apendicitis como su mayor logro enfrentándose a los peligros del mundo. Un instante de tranquilidad y buen humor para tres personajes de caracteres encontrados y que supone la calma que precede a la tormenta, traducida aquí como tiburón inteligente que ataca sin piedad a nuestros protagonistas, cuya desesperación crece hasta límites insospechados, y en la que el escualo les hará tomar conciencia de lo débiles que podemos ser como especie. Los tres, uno a uno, son obligados a descender desde su posición de altura para combatir al miedo de frente, con fatídicas consecuencias para uno de ellos —Quint y su cara a cara con el tiburón supone la secuencia más atrevida y salvaje del film, la naturaleza animal en todo su apogeo—.
Los propios miedos del ser humano —extensible a todos los personajes del film ,influenciados por esa presencia malévola en sus aguas— son lo que el tiburón representa, y nuestras obsesiones. Algo de 'Moby Dick' tiene esa parte final con Quint obsesionado por dar caza al enorme tiburón, una obsesión que le llevará drásticamente a la muerte y casi a la de sus dos compañeros, separados inteligentemente por un enemigo más atroz de lo que creen. Será Brody quien se pondrá a la altura del propio tiburón para poder hacerle frente y destruirlo, en una clara declaración de intenciones por parte del director. En un país que acababa de sufrir una cruenta guerra de diez años, teniendo reciente el escándalo del Wartergate —detalle que enlaza al film con la extraordinaria 'Los archivos del pentágono' ('The Post', 2017)— un enfrentamiento con un tiburón enorme representa todas esas luchas, personales y colectivas. Cada uno con su miedo y su inteligencia para combatirlo. Todo ello mostrado con un envidiable sentido del ritmo, y bañado en los colores de Bill Butler, que venía de maravillar al mundo con su objetivo en 'La conversación' ('The Conversation' Francis Ford Coppola, 1974).
Una obra maestra que sigue siendo uno de los logros más grandes de su director y en el que ya destacaba como un autor más maduro de lo que parece, y sobre todo, salvaje y cruel. Emoción pura y dura servida con inteligencia, y acompasada por unas notas que ya son históricas. Cuenta la leyenda que Spielberg quedó extrañado al oír por primera vez el trabajo de John Williams, preguntándose cuál era el leit motiv musical del tiburón. No pensó entonces el director que la extraordinaria partitura del compositor sería una de las claves del éxito del film.
¿Qué es 'Tiburón'? Una película sobre una obsesión, sobre una pasión, sobre la imperiosa necesidad de supervivencia. Eso al menos en la segunda mitad, la que narra una aventura única y llena de tensión. También es un excelente retrato de personajes, los cuales quedan perfilados en la primera mitad del film. En la misma Spielberg, sin dejar de mover la cámara, no deja títere con cabeza a la hora de criticar duramente a los que mandan en el pueblo costero, preocupados de que la mayor fuente de ingresos que poseen, la playa, quede perjudicada por el pánico que se produciría al saber que un enorme tiburón ha tomado el lugar como su restaurante preferido. El jefe Brody —Roy Scheider, en un personaje que era para Clint Eastwood— parece el único sensato, y su carácter choca de frente contra el del resto. Curiosamente aquí el personaje central no pertenece a una familia desestructurada, uno de los elementos típicos en los argumentos que maneja Spielberg. El escualo ya se encargaría de destrozar unas cuantas.
'Tiburón' se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera comprende una descripción de las gentes y el pueblo costero, mientras la amenaza, que ya ha sido sugerida desde la escena inicial del film, va acrecentándose hasta que no hay más remedio que enfrentarse a ella. Sólo son tres los ataques que el tiburón hace en ese primer tramo, y el director se permite el lujo de homenajear a Hitchcock, concretamente 'Yo confieso' (I Confess', 1953) —Brody mirando por encima del hombro del personaje que tiene enfrente, del mismo que hacía Karl Malden en aquélla—, además de mostrar muy poco al tiburón, apenas una mancha, un movimiento rápido que acrecienta la sensación de peligro. El miedo a lo desconocido. Es importante al respecto la labor en el montaje por parte de Verna Fields, en el que sería su último trabajo en la pantalla grande y por el que recibiría un muy merecido Oscar. Director y montadora toman la decisión de sugerir antes que mostrar, dejando ese ejercicio catártico para el angustioso tramo final, que alcanza una muy convincente dureza.
El propio director ha declarado que las audiencias actuales no estarían preparadas para hacer el film exactamente igual a como lo hicieron en su momento; asegura el Rey Midas que el público de hoy día no tendría paciencia para aguantar nada menos que una hora y 18 minutos para ver al tiburón en todo su esplendor —ojo, jamás es mostrado en su totalidad—. Es probable que tenga razón; sin embargo ese tipo de suspense en los films con "monstruos" es el más efectivo a la hora de transmitir al público sensaciones como el miedo o la tensión. Hay ejemplos claros en el cine de siempre —'La humanidad en peligro' ('Them!' Gordon Douglas, 1954)—, incluso posteriores, fruto de la influencia del film —el popular 'Alien' (íd., Ridley Scott, 1979) o 'La cosa' ('The Thing', John Carpenter, 1982) que riza el rizo al respecto, intensificando aún más el temor de aquello que no reconocemos y (o) no vemos—. 43 años después sigue resistiendo el paso del tiempo y todo lo que el cine ha cambiado desde entonces. Ese tramo final sigue siendo toda una experiencia emocional, llena de aventura y crudeza, metáfora del propio ser humano, en la primera mitad tiburón de sí mismo.
Roy Scheider, Richard Dreyfuss —que colaboraría dos veces más con Spielberg— y Robert Shaw forman uno de esos equipos imposibles, por carácter, que se reúnen para combatir a un enemigo común. Un jefe de policía, un experto en tiburones y un cazador. Dreyfuss y Shw se llevaron a matar durante el rodaje, el primero, veterano actor de vuelta de todo, no hacía más que humillar a Dreyfuss que era algo así como un recién llegado al mundo del cine. Dicha tensión entre ambos actores vino de perlas a los personajes a los que dan vida y que se enfrentan en más de una ocasión. El momento culmen de los tres intérpretes es la secuencia en el camarote del barco, con dos de ellos borrachos y contando sus aventuras pasadas —la del USS Indianapolis, un suceso real, es particularmente extraordinaria, y termina de definir el personaje de Quint (Shaw)— a través de las cicatrices que se muestran el uno al otro —¿Cuántas veces hemos visto algo similar en el cine posterior?—, y en la que se incluye un guiño muy personal con Scheider mostrando su verdadera cicatriz de una operación de apendicitis como su mayor logro enfrentándose a los peligros del mundo. Un instante de tranquilidad y buen humor para tres personajes de caracteres encontrados y que supone la calma que precede a la tormenta, traducida aquí como tiburón inteligente que ataca sin piedad a nuestros protagonistas, cuya desesperación crece hasta límites insospechados, y en la que el escualo les hará tomar conciencia de lo débiles que podemos ser como especie. Los tres, uno a uno, son obligados a descender desde su posición de altura para combatir al miedo de frente, con fatídicas consecuencias para uno de ellos —Quint y su cara a cara con el tiburón supone la secuencia más atrevida y salvaje del film, la naturaleza animal en todo su apogeo—.
Los propios miedos del ser humano —extensible a todos los personajes del film ,influenciados por esa presencia malévola en sus aguas— son lo que el tiburón representa, y nuestras obsesiones. Algo de 'Moby Dick' tiene esa parte final con Quint obsesionado por dar caza al enorme tiburón, una obsesión que le llevará drásticamente a la muerte y casi a la de sus dos compañeros, separados inteligentemente por un enemigo más atroz de lo que creen. Será Brody quien se pondrá a la altura del propio tiburón para poder hacerle frente y destruirlo, en una clara declaración de intenciones por parte del director. En un país que acababa de sufrir una cruenta guerra de diez años, teniendo reciente el escándalo del Wartergate —detalle que enlaza al film con la extraordinaria 'Los archivos del pentágono' ('The Post', 2017)— un enfrentamiento con un tiburón enorme representa todas esas luchas, personales y colectivas. Cada uno con su miedo y su inteligencia para combatirlo. Todo ello mostrado con un envidiable sentido del ritmo, y bañado en los colores de Bill Butler, que venía de maravillar al mundo con su objetivo en 'La conversación' ('The Conversation' Francis Ford Coppola, 1974).
Una obra maestra que sigue siendo uno de los logros más grandes de su director y en el que ya destacaba como un autor más maduro de lo que parece, y sobre todo, salvaje y cruel. Emoción pura y dura servida con inteligencia, y acompasada por unas notas que ya son históricas. Cuenta la leyenda que Spielberg quedó extrañado al oír por primera vez el trabajo de John Williams, preguntándose cuál era el leit motiv musical del tiburón. No pensó entonces el director que la extraordinaria partitura del compositor sería una de las claves del éxito del film.
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