sábado, 10 de febrero de 2018

'Mil ojos tiene la noche', misterio y fantasía


John Farrow es uno de esos directores pertenecientes a la época dorada de Hollywood, cuya obra no es demasiado conocida entre los cinéfilos de hoy día. Artesano que filmaba tanto un western, como una comedia, films de aventuras o, tal y como sucede en el caso que nos ocupa, mezclar Film Noir con fantasía, añadiendo ciertas gotas de ambigüedad. ‘Mil ojos tiene la noche’ (‘Night Has a Thousand Eyes’, 1948) es uno de sus films más recordados, una muy curiosa cinta de suspense que bien puede verse como precedentes de películas como 'Plan siniestro' (‘Seance on a Wet Afternoon’, Bryan Forbes, 1964) o ‘Luces rojas’ (‘Red Lights’, Rodrigo Cortés, 2012).

El mundo de los videntes o adivinos, que suele sonar a chorrada para mentes débiles en la vida real, y tan fascinante que queda su plasmación en el séptimo arte, casi siempre en un contexto policíaco o de misterio. En el film de Farrow el equilibrio entre lo real y lo fantasioso está muy logrado, aunque el film vaya evolucionando de fantasía a policíaco, quizá en busca de lo comercial. Un poderoso Edward G. Robinson es el eje de la función, alrededor de su atormentado personaje navega toda la trama.
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Precisamente Robinson ya había filmado esas dos pesadillas a las órdenes del gran Fritz Lang tituladas ‘La mujer del cuadro’ (‘The Woman in the Window, 1944) y ‘Perversidad’ (‘Scarlet Street’, 1945) en las que el fatal destino era solucionado de dos formas muy diferentes, ambas muy coherentes. En ‘Mil ojos tiene la noche’ el protagonista decide huir del destino de las personas que le rodean, puesto que es capaz de vaticinar su muerte, aunque no en términos exactos. Una especie de maldición que surge de su espectáculo de adivino, sin explicación alguna, y que con el paso del tiempo no importará.
Farrow comienza su relato en mitad del mismo, introduciendo de lleno al espectador en el film mediante una secuencia de acción. En la misma, una mujer, Jenny (Gail Russell) está convencida de que morirá en el transcurso de una noche estrellada. Salvada por su pareja (John Lund) se reunirá con el que le auguró una muerte en una noche así, John Triton (Robinson), quien desvelará parte de su historia que veremos en un flashback que dura media película. De cómo su poder apareció sin más, de cómo no podía hacer nada para salvar a las personas que veía morir en extrañas visiones, y de cómo abandonó todo lo que amaba para perderse en el anonimato huyendo de un poder que sólo le traía la desgracia.
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John Farrow, segundo por la derecha, con Edward G. Robinson, Gail Russell y John Lund en una lectura del guión
Esa primera parte posee un equilibrio tonal absolutamente envidiable, una mixtura de fantasía y misterio, que en aquellos años era algo lógico y muy interesante de ver en films más o menos idénticos, alguno de ellos dirigido por Mitchell Leisen —ese director tan poco conocido gracias a lo bocazas que puede ser un genio como Billy Wilder—, a quien Farrow parece estar rindiendo un extraño homenaje en la parte final del film, con alusiones a 'La muerte de vacaciones' (‘Death Takes a Holiday’, 1934), otra de esas rarezas inimitables tan fascinantes filmadas en aquellos años. En cualquier caso, el film de Farrow va por otros derroteros, si se quiere decir así, más convencionales.
La vigorosa puesta en escena de Farrow —con impresionantes travellings laterales que rompen la cuarta pared en determinados momentos— logra que el interés no decaiga jamás, incluso cuando el film va cambiando su tono fantástico hacia la intriga policial, con las intenciones de ciertos personajes metidas a calzador como justificación a una de las muertes de la película. Una intriga policial que funciona por completo como concesión al espectador, y una ambivalencia en su lado fantastique bien servida por Farrow y su mano para la atmósfera casi onírica.

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