De todos los films de Walter Hill en los que él ha dejado bien impresa su pasión cinéfila, uno de los que se me antojan más apasionantes es 'Calles de fuego' ('Streets of Fire', 1984), también uno de los grandes fracasos de su carrera, aunque el paso del tiempo le ha adjudicado al film la categoría de película de culto. Eso si restamos a todos aquellos que desprecian el film, puesto que nos hallamos ante una película que levanta odios y pasiones. Los primeros por su estética de videoclip y los segundos porque han escarbado un poco más. En cualquier caso ha sido un placer revisar una película que respira amor al cine y a la música, en concreto el rock and roll, por los cuatro costados, amén de una sabia mezcla de géneros y otra demostración de la capacidad de Hill para narrar con la cámara, demostrando que la forma puede serlo todo, convirtiendo el visionado de 'Calles de fuego' en todo un deleite para los sentidos.
Dado que Walter Hill se encontraba en un inmejorable momento profesional —venía de cosechar un gran éxito con 'Límite: 48 horas' ('48 hrs.', 1982)—, este podía permitirse casi cualquier cosa, y fue esta fábula musical, todo un cocktail de referencias que convenció a Joel Silver para producirlo. Son muchos los cambios que se hicieron antes de ser la película que todos conocemos. Para empezar, el papel de estrella del rock secuestrada fue ofrecido a nada menos que Paul McCartney, que lo rechazó por lo que el personaje se reescribió por completo y recayó en la por aquel entonces muy de moda Diane Lane —una mujer que posee la virtud de volverse más guapa con el paso de los años—. Por otro lado Hill quería utilizar temas clásicos del rock and roll, pero los productores optaron por crear una banda sonora completamente nueva. El resultado es uno de los films más redondos de su autor y una de las películas clave de la década de los ochenta.
Los rótulos del inicio de 'Calles de fuego' dejan bien claras las intenciones de Hill como cineasta y guionista, acompañado aquí por Larry Cross —colaborador de Hill en cuatro de sus largometrajes—, se trata de una fábula sobre el rock and roll, ambientada en otra época y otro lugar. No nos encontramos ante una fiel representación de los años 50, nada más lejos de la realidad, sino ante una historia enmarcada en un mundo imaginario, que retrotrae a los musicales, al western sobre todas las cosas, al thriller setentero, y es sazonada con cierta estética de videoclip muy de moda en aquellos años. En cierto modo 'Calles de fuego' es un western urbano que cambia caballos por motos y diligencias por autobuses, todo ello con marchosas canciones que influyen además en la imagen y viceversa. Atención al montaje a seis manos de James Coblentz, en uno de sus primeros trabajos para el cine, Freeman A. Davies, habitual colaborador de Hill, y Michael Ripps, que juntos logran una película a ritmo de rock —Michael Bay podría aprender de aquí cómo narrar con planos cortos—.
Ambientada en una ciudad enterrada entre sus propias sombras, con elementos decorativos retro y al mismo tiempo con un aspecto futurista claramente influenciado de película como 'Blade Runner' (íd., Ridley Scott, 1982), el film nos presenta a la estrella de rock Ellen Aim —Diane Lane, que en aquellos años se hizo muy conocida gracias a Francis Ford Coppola— que anima la función desde el escenario de uno de sus conciertos. Lane canta en playback, y la cantante real es Laurie Sargent, vocalista de The Attackers; la primera canción de una vibrante banda sonora en la que circulan temas compuestos por Bob Seeger o Tom Petty, entre otros. Hasta el título de la película proviene de un tema de Bruce Springsteen, quien en principio iba a prestarla para el soundtrack, pero cuando vio que la grabarían otros vocalistas no dio el permiso. Otro incidente anécdota que sumar a la complicaciones que tuvo el rodaje, que encareció más de lo previsto —en este tipo de films arriesgados siempre sucede— la producción. Al caché de los actores, entre los que no hay estrellas, se suman los decorados y cómo no, la realización de una banda sonora completa con canciones y todo. El score fue compuesto por el habitual Ry Cooder después de que James Horner decidiese retirarse del proyecto tras componer tres bandas sonoras distintas.
El western está presente en toda la obra de Hill, y en 'Calles de fuego' no iba a ser menos, ya sea por el dibujo del personaje central Tom Cody, que encuentra en el limitado Michael Paré al actor ideal, con su aureola de romántica soledad y oscuro pasado —conviene decir que la película iba a ser la primera de una trilogía con Cody como personaje central, pero el fracaso de la misma canceló dichos planes—, o por las características de la misión que acepta, la cual parece recordar en todo momento al esqueleto argumental de 'Centauros del desierto' ('The Searchers', John Ford, 1956). Un casi novato Willem Dafoe es el líder de los villanos que secuestran a Ellen, y Cody, antiguo amor de Ellen, que prefirió el éxito a la felicidad —otro toque machista en el cine de Hill, la mujer que prefiere la seguridad material al amor, en uno de los primeros personajes femeninos algo relevantes en la obra de su autor— cabalga hacia su rescate acompañado del marido de Ellen —un seriote Rick Moranis— y McCoy, un personaje que en principio iba a ser un hombre, pero se adaptó a Amy Madigan, que realiza una divertida composición, la otra cara de la moneda de Cody.
Como en la mayoría de los films de Hill, el amor no triunfa en sus historias, éste deja siempre un poso amargo o simplemente es despreciado. Por mucho que se amen Ellen y Cody, cada uno debe seguir su camino, tienen vidas totalmente distintas y su historia es pasajera, como ese apasionante beso en la inspirada secuencia bajo la lluvia. Por eso en ese final que bebe de 'Casablanca' (íd., Michael Curtiz, 1943) Cody deja a su amor bajo el cuidado de su representante y marido, mientras parte hacia nuevos horizontes en compañía de McCoy. Un conclusión nada complaciente, y que remite de nuevo a la mitología del western, justo después del vibrante clímax, una lucha encarnizada entre Raven (Dafoe) y Cody, a hostia limpia y sin contemplaciones, arreglando sus diferencias, y también decidiendo el futuro del lugar, como hacían los hombres en otro tiempo y otro lugar, el del género de géneros, envuelto en una nueva forma de ver y disfrutar el cine, con la síntesis de Hill como principal baza y su capacidad para reducirlo todo al poder de la imagen. El público no estaba preparado y la película fue un fracaso, obligando a Hill a hacerse cargo de un proyecto que se convertiría en una de las peores películas de su filmografía.
Una de las mejores películas de Hill, y con una banda sonora increíble que habré escuchado miles de veces. El director estaba por aquel entonces en un momento muy inspirado (The Warriors, Límite: 48 horas, La presa), y creo que tras esta película su cine nunca fue el mismo (pese a que me gusten Traición sin límites y Danko: Calor rojo). Una película a reivindicar.
ResponderEliminarAcabo de encontrarme con vuestro blog y ha sido un descubrimiento. A seguir así ;)
Saludos.