‘Pero… ¿quién mató a Harry’ (‘The Trouble with Harry’, Alfred Hitchcock, 1954) supone una de las rarezas dentro de la filmografía del director británico. Un film que, con el paso de los años ha ido dividiendo al público, entre aquellos que la rechazan por no parecerse a lo que Hitchcock nos tiene acostumbrados, y aquellos que la reciben con los brazos abiertos con muy buen humor. Para el director siempre fue uno de sus films preferidos, el cual filmó con poco dinero y actores que no eran estrellas.
La película nació del interés del propio director de hacer algo divertido alrededor de un suceso dramático, por ejemplo, la aparición de un cadáver, y que en realidad va quedando en segundo plano mientras se narran las vicisitudes de los personajes implicados, directa o indirectamente, con el mismo. El tan utilizado Macguffin llevado hasta sus últimas consecuencias, un hombre muerto como excusa argumental para narrar otras cosas.
Edmund Gwenn da vida a un hombre que, cazando descubre el cadáver de un hombre bien vestido en medio del bosque. Asustado porque cree que él es el autor de la muerte decide enterrarlo, pero antes de ponerse a ello varios personajes se cruzarán con el cuerpo y sus reacciones serán de lo más curiosas. Indiferencia, para robarle, alegría e incluso para hacer un retrato, es para lo único verdaderamente útil que parece servir el cuerpo de un hombre que no sabemos cómo ha acabado.
Shirley MacLaine, en su primer papel para el cine, y John Forsythe, dan vida a personajes muy diferentes a los que la ironía de la situación reúne. Una pareja destinada a enamorarse dentro del contexto menos indicado para ello, y que caminan acompañados de Gwenn y Mildred Natwick en el personaje de mujer madura, y a la que Hitchcock utiliza como herramienta para comentarios de índole sexual bastante divertidos. El primer diálogo entre ambos personajes, cuando ella descubre al segundo arrastrando el cuerpo, marca el tono a seguir del film.
John Michael Hayes, habitual colaborador del director en aquellos años, apenas hizo cambios considerables de la novela de Jack Trevor Story, de la cual Hitchcock parecía estar enamorado por las posibilidades humorísticas. Un posible crimen como anécdota que a nadie parece importarle, y las vicisitudes que pasarán para librarse de un cuerpo que podría incriminar falsamente a alguno de los personajes. Baste indicar las sospechas del policía del pueblo cuando descubre el retrato del cadáver hecho por Sam (Forsythe).
A la explicación que aquel le da para librarse de las sospechas de asesinato, y que versa sobre la importancia del que mira, al igual que en arte, hay que sumar el manejo del suspense en aspectos por así decirlo, secundarios, como el millonario que desea comprar los cuadros de Sam y todos le ignoran. O más tarde, cuando Sam puede pedir lo que sea a su solvente comprador pide algo que el espectador ignora durante todo el último acto, para acabar siendo otra referencia sexual, en este caso referente al matrimonio. El suspense en ‘Pero… ¿quién mató a Harry?’ es algo humorístico, gracioso, divertido.
Toda una proeza por parte de Hitchcock, que con mucho humor negro —hay diálogos brillantes, por no hablar de la cantidad de veces que entierran y desentierran el cadáver— narra cómo las cosas más desagradables —encontrarse con el cuerpo de un hombre muerto desde luego lo es— puede llevar a algo mucho más placentero e importante, a conocer a otras personas con las que compartir la vida, y sobre todo a aceptar con humor, y mucha ironía, todo lo que toque.
Una delicia que gana a cada nuevo visionado y que supuso la primera colaboración entre Hitchcock y el que yo considero el compositor de música cinematográfica por excelencia: Bernard Herrman, que se hizo cargo de la banda sonora por sugerencia de Lynn Murray. Fue el inicio de una duradera relación y la presente es la partitura favorita de Hitchcock de las siete que Herrman compuso para él.
‘Pero… ¿quién mató a Harry?’ fue un fracaso —salvo en Francia, donde las nuevas corrientes críticas hilaban muy fino y eran capaces de escarbar donde nadie más sabía—, sobre todo al estar realizada entre dos hits como ‘Atrapa a un ladrón’ (‘To Catch a Thief’, 1954) y ‘El hombre que sabía demasiado’ (‘The Man Who Knew Too Much’, 1955), mucho más del gusto popular. En cualquier caso hoy permanece como un film fresco y es la comprobación fehaciente de que Hitchcock podía hacer una excelente comedia.
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