martes, 19 de noviembre de 2019

'El telón de acero', crescendo de calidad


Poco antes de que en Hollywood comenzase la temible caza de brujas llevada a cabo por el senador McCarthy, que veía comunistas en todos lados, el cine de carácter propagandístico acometía contra el citado comunismo, a favor, cómo no, del “american way of life”. ‘El telón de acero’ (‘The Iron Curtain’, William A. Wellman, 1948) es una de esas películas, y cuenta con la pareja Dana Andrews y Gene Tierney en una de las cinco películas que trabajaron juntos. Aquí dan vida a un matrimonio de espías rusos, en lo que parece un claro precedente de la estupenda serie de televisión ‘The Americans’ (id, 2013 - 2018) ).
El film de Wellman está basado en hechos reales, y filmado en los exteriores donde sucedió todo, concretamente en Canadá. Se trata de la historia personal de Igor Gouzenko, espía soviético que trabajó en la embajada rusa en Canadá, hasta que llegado el momento, decidió traicionar a su país pasándose al otro lado. Se llevó consigo documentos muy importantes que avisaban de los intentos por parte de Stalin de hacerse con los secretos sobre energía nuclear americana, y sobre todo destapaba el sistema de espionaje basado en los agentes durmientes, y que la citada serie explica a la perfección. ‘El telón de acero’ no las tiene todas consigo, a pesar de estar firmada por Wellman, quien logra evitar tópicos en una película hecha para “mentalizar” al personal sobre "el peligro del comunismo".


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La película está narrada en off, como si de un documento de los que maneja el protagonista se tratase. Esto es, una mezcla entre documental y ficción, que a veces no encuentra el tono adecuado. El peligro de que esta película sea tachada de maniquea es considerable, al fin y al cabo, todo lo ruso en ella es maquiavélico —salvo cierto personaje militar, que se emborracha, consciente de que no está haciendo lo correcto—, y lo americano es lo mejor del mundo. No obstante, Wellman logra elevar el interés en el excepcional tramo final, cuando lejos de ideologías y partidos, narra una historia humana. Pero hasta llegar a ese instante, el film se mueve por la corrección más absoluta.
Dana Andrews, mejor actor de lo que parece a simple vista, queda perfecto como Igor, en apariencia frío y distanciado —atención al mejor tramo de esa parte, la del intento de “seducción” a Igor por parte de una agente rusa— emocionalmente de lo que representa su nueva vida en Canadá, lejos de su país, al que profesa un amor y dedicación. Los dos primeros tercios del film están dedicados a retratar esa vida, sobre todo en la embajada rusa, con el despacho oculto tras las cortinas y en el que Igor trabaja bajo una estrecha vigilancia. Juegos de sombras y luces, a cargo de Charles G. Clarke —cuyo trabajo más recordado es 'Moontide' (id, Archie Mayo, 1942)—, dotan de cierto realismo ese tramo, quizá demasiado anodino, y en el que los clichés más descarados parecen ser esquivados por Wellman, consiguiéndolo sólo en parte.
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A partir de una mayor presencia del personaje de Gene Tierney el film cambia de tercio, e incluso tono. Si bien dicha presencia es meramente anecdótica, puesto que por momentos parece un personaje vacío —es sinceramente decepcionante ver tan desaprovechada a tan excelente actriz—, la reacción de su personaje, ante ciertas cosas, irá haciendo cambiar de idea a Igor. Si en un principio reniega de todo tipo de contacto social —por ejemplo, la vecina que insiste en ser precisamente eso, una buena vecina—, más tarde se dará cuenta de lo que realmente importa es su vida personal, la cual no parece importar a un país que le ordena la vuelta tras haber cumplido su misión.
Así pues, cuando Igor decide irse de la embajada en posesión de documentos vitales, ‘El telón de acero’ se convierte, por poco tiempo —el film no llega a la hora y media— en una historia vibrante de supervivencia, en la que lo personal prima por encima de lo general. Igor, con su hijo en brazos, y acompañado de su esposa hará lo improbable por ser un refugiado en Canadá. La secuencia clímax, con los agentes rusos y la policía canadiense es un gran ejemplo de ritmo, de manejar la tensión a través del montaje, y de la contenida interpretación de todos los actores. En esos momentos sale a relucir la mano de un director que nada tiene que envidiar a los grandes nombres citados innumerables veces.
Y atención a la arrebatadora presencia del actor Berry Kroeger, que debutaba en el cine con esta película. Su villano es el mejor de la función, y cierto malvado spielbergniano posee un más que apreciable parecido.

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