jueves, 11 de julio de 2019

'La muchacha que sabía demasiado', un juego y viaje al miedo



Mario Bava fue hijo de un director de fotografía, Eugenio Bava, también escultor, por lo que su dedicación al séptimo arte era algo lógico. Antes de dedicarse a la dirección trabajó como director de fotografía y encargado de efectos visuales para directores como Jacques Tourneur o Raoul Walsh, siendo también ayudante de dirección de Riccardo Freda, con el que inició, con películas como 'I Vampiri' (id, 1956) y más tarde con la sensacional ‘La máscara del demonio’ (‘La maschera del demonio’, 1960), el fantaterror gótico italiano, que nada tenía que envidiar a la famosa Hammer británica.
Tras esa época, que esconde verdaderas joyas en un cine desgraciadamente poco conocido fuera de su país, se hizo muy popular el giallo, subgénero de terror, inspirado en las famosas novelas policíacas y de misterio, gracias a directores como Dario Argento. Pero el origen del género se considera de forma oficial con la presente ‘La muchacha que sabía demasiado’ (‘La ragazza che sapeva troppo’, 1962), con la que Bava se adelantó en cierto modo a lo que más tarde se explotaría hasta la saciedad. Una pequeña maravilla no exenta de fallos pero que se disfruta de muy buen grado.


Una de las principales características del giallo es despistar al espectador con argumentos de los más delirantes y en los que nada es lo que parece, siempre llenos de giros argumentales, sobre todo en su tramo final. ‘La muchacha que sabía demasiado’ ya hace gala de ello con una trama de misterio que roza lo rocambolesco y por momentos se vuelve incomprensible, sobre todo en lo que respecta a ciertas decisiones en los personajes, además de una serie de casualidades que por momentos el film parece un canto a las coincidencias.
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Pero la gracia está en que Bava juguetea con ello con un humor servido con tanta ambigüedad que uno nunca sabe si ello es producto de cierta ingenuidad o ciertamente está realizado adrede. De dicha intención no hay duda en su epílogo, en el que se sugiere que tal vez todo haya sido una alucinación por las drogas —en la evolución del género se explotarían las posibilidades de lo onírico y pesadillesco—, y ese humor tan claro es de lo que peor le sienta al film. Como tampoco hay un ejemplar uso de las elipsis, que hace avanzar la trama a trompicones.
Desde el inicio Bava ya deja claro cuál será el juego. La protagonista Nora Davis —Leticia Román recordando un poco a una de las musas por excelencia del terror italiano, Barbara Steele— es una completa aficionada a las novelas de misterio. En su viaje a Italia va leyendo una titulada ‘The Knife’ —el cuchillo— mientras conoce a su compañero de asiento, un hombre que es detenido en el aeropuerto por contrabando de marihuana, sub-trama que nada tiene que ver con la central, salvo para conectar con el final antes comentado cerrando la película con lo que parece una broma.
Al igual que en dicha novela, el film posee un narrador, una voz en off que va describiendo sobre todos los pensamientos de la joven protagonista. Un robo nocturno, un asesinato en extrañas circunstancias, un misterioso hombre que la sigue, unos antiguos asesinatos de hace diez años, toda una serie de coincidencias de lo más misteriosas y la policía, y prácticamente nadie, quiere creer a la muchacha, por pensar que tiene una imaginación desbordante. Ni siquiera su guía en la ciudad, papel a cargo de un jovencito John Saxon, está convencido de que ella dice la verdad.
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Dejando a un lado el hecho de que la protagonista realmente no sabe demasiado, destapándose todo en el tramo final, el acierto de Mario Bava, una vez más, está en su inspirada puesta en escena, revelándose como un perfecto compositor de planos y creador de atmósferas. Secuencias como la nocturna en la Plaza de España en Roma, la búsqueda de un desaparecido periodista, o el secreto guardado detrás de una puerta cerrada con llave, con el propio Bava en la sensacional fotografía nos abren un mundo de pesadilla, irreal, de terror puro.
Llama la atención la secuencia en la que Davis decide protegerse de posibles intrusos en la casa en la que duerme, llenado para ello el lugar de un largo hilo de lana entrecruzado por todos lados. Uno no sabe si reírse o sentirse maravillado al ver plasmado en pantalla la principal característica del giallo, su enrevesamiento argumental hasta límites insospechados. Toda una declaración de intenciones que culmina evidentemente con la revelación final del asesino, descubriendo además que el mismo también ha cometido una gran estupidez.
‘La muchacha que sabía demasiado’ posee evidentes referencias hitchcockianas, desde el título hasta la sabia utilización, al igual que el maestro inglés, de una cámara siempre en movimiento filmando los lugares más recónditos del miedo, ayudada en este caso de una fotografía impresionista, consiguiendo altos efectos emocionales. El director italiano perfeccionaría todo esto aún más en su siguiente giallo, el espléndido ‘Seis mujeres para el asesino’ (‘Sei donne per l’assasino’, 1964), otra de las muestras de su imprescindible filmografía.

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