jueves, 19 de septiembre de 2019

'Quien a hierro mata', en busca del plano perfecto



'Quien a hierro mata' (Paco Plaza, 2019) es la demostración palpable de que un buen guion no significa hacer una buena película. No me malinterprete el lector, el thriller de Plaza no es un mal film, pero no es esa obra maestra que se lleva cacareando desde antes de su estreno. En una época, que comenzó hace cinco años más o menos, las películas que se estrenan sólo reciben dos etiquetas, o son obras maestras capaces de cambiar el arte, o son pérdidas de tiempo absolutas. ¿Dónde quedan las maravillosas gamas de grises, los matices, las grandes imperfecciones? ¿Dónde queda la famosa frase de Jean Cocteau sobre la imperfección en el arte?

Pero no nos alarmemos ni escandalicemos con las prácticas del conformismo intelectual. Lo que aquí nos importa de verdad es la película, y ésta parte de una sensacional historia de Juan Galiñanes, quien en su currículum posee el excelente montaje de la correcta 'Feedback' (íd., Pedro C. Alonso, 2019), además de ser un gallego de pura cepa, con ese particular sentimiento que nos caracteriza, aplicado a un libreto que, puesto en imágenes no brilla todo lo que debiera. Eso sí, hay planos inolvidables.




'Quien a hierro mata' narra principalmente la historia de un narco gallego, Antonio Padín —Xan Cejudo en su primer y último gran papel para el séptimo arte—, que es hospitalizado, por edad, en una clínica en la que estará al cuidado de Mario (Luis Tosar), el enfermero más amable del mundo, incluso capaz de encargarse de cosas que a él no le atañen, igualito que en la vida real. Cualquiera que haya visitado un hospital de esas características vivirá un completo sueño viendo esta película. Así pues, el atento enfermero salido de Nunca Jamás, se encuentra con el despertar de un trauma del pasado, la muerte de su hermano en el manto de ese refugio con fantasmas llamado droga. Nos enteramos de ello por la repetitiva sucesión de flashbacks, filmados con Parkinson, subrayado visual donde los haya, cuando la secuencia de Tosar con una batería ya lo dice absolutamente todo sin necesidad siquiera de las palabras.

Posee el film un fascinante crescendo dramático que avanza a trompicones. Varios bloques son delimitados por una imagen de rasgos perfectos, y el universo del film proporciona apuntes visuales de lo más fascinante, a cada cual más impactante. Dos chinas encorsetadas en disfraces de conejo disparando a diestro y siniestro haría las delicias, o no, de Park Chan-wook y Bong Joon-ho, por poner los dos ejemplos más claros dentro del cine sur-coreano, el lugar del que salen los mejores thrillers en la actualidad. Un personaje caminando sobre flores. Una risa histérica frente a un televisor. Un asesinato en el patio de la cárcel, y sobre todo un perturbador plano final que sólo posee un fallo: mostrar el rostro de la mujer, otra vez un subrayado innecesario. El espectador tonto es el que manda. Pensar es un ejercicio denostado hoy día.

Con todo, ese plano final, que es el que se queda a vivir y hurgar en la memoria del espectador, es de una fiereza absoluta. Un atrevimiento prácticamente a contracorriente en las producciones de Atresmedia, que deja al respetable sumido en una profunda desesperación, y que casi consigue que obviemos los claros errores de una puesta en escena que se debate entre lo genial —el final es probablemente lo mejor que ha filmado su director— y lo directamente torpe —el momento de María Vázquez, con un personaje muy desaprovechado, rompiendo aguas—; por no hablar de esa decisión de repetirle al espectador lo que ya sabe o ve —los dos criminales hablando en el coche sobre la identidad de Mario—; o la impericia de la única secuencia de acción que hay, confusa y atolondrada —¿por qué no se aprovecha el formato scope?—, al igual que una persecución nocturna en coche que parece un vacile al espectador —¿de verdad el personaje de Ismael Martínez no sabe dónde se ha metido Tosar SI SOLO HAY UN CAMINO POSIBLE?—.



Afortunadamente los elementos positivos de 'Quien a hierro mata' son enormemente satisfactorios. Para empezar, el trabajo actoral —salvo la excepción de Martínez, que parece perdido— es espectacular. Tosar y Cejudo son un universo aparte, con una perfecta compenetración uno domina cada gesto de su cuerpo y voz transmitiendo la desazón de su personaje; el otro caminando continuamente al borde del histrionismo sin caer en el mismo. María Vázquez demuestra lo excelente que es gracias a una naturalidad de la que muy pocos pueden presumir. Y sobre todo, el verdadero descubrimiento del film, Enric Auquer, como uno de los hijos de Padín, y que borda el acento gallego. Hay en ese personaje una profunda tristeza a pesar de lo odioso que resulta; son las expresiones del actor, que dota al personaje de vida más allá de la descripción en el guion. No hay duda de que huele a Goya por todos los lados.

Otro de las magnificencias del film es su banda sonora, la original. Maika Makovsky que, a través de cuerdas en tensión transmite mucho más que las imágenes; una música que no ensordece al espectador intentando estar por encima de todo lo demás —algo que suele hacerse mucho hoy día—, sino que se convierte en herramienta narrativa al mismo nivel que muchos grandes han hecho —puedo citar como claros ejemplos a Bernard Herrmann y a James Newton Howard, capaces de convertirse en traductores musicales de la mirada de un director, o sea, de convertir las notas en la historia—.

El tan comentado descenso a los infiernos de la venganza —etiqueta repetida hasta la saciedad, haciendo que se eche de menos a directores como Henry King, Sam Peckinpah o Kim Jee-won, auténticos retratadores de los demonios que habitan en las venganzas— contiene además un giro de guion tan sorprendente como lógico que obliga, en cierta medida, a repasar lo visto hasta ese momento, y que demuestra que hay reacciones totalmente inesperadas en aquellos que sufren una venganza. Quien a hierro mata a hierro muere es un refrán tan claro como retorcido, tan verdadero como temible. Y es que a veces, sólo a veces, la venganza puede ser la peor de las drogas.




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