jueves, 31 de agosto de 2017
'El botones', el mundo está loco, loco, loco
Hace poco nos dejaba uno de los grandes de la comedia en el séptimo arte. Jerry Lewis. Tras casi toda una década siendo la pareja cómica de Dean Martin —quien cierto nunca entendió que la gente prefiriera las payasadas de su compañero, lo cual provocó cierto distanciamiento entre ambos intérpretes—, y tras hacerse un lugar en la comedia a las órdenes de directores como Norman Taurog o Frank Tashlin, Lewis decidió dar el salto a la dirección con 'El botones' ('The Bellboy', 1960), película que Paramount quería despachar enseguida. El actor hizo un borrador del guion en ocho días y según la filmaba iba reescribiendo, cambiando continuamente la (no) historia.
Una historia que en realidad no existe, se trata de una serie de gags, o sketchs, alrededor de la figura de un botones de hotel —presentado como la figura más importantes del lugar— cuyas "gansadas", y otras que no son tanto, amenizan la función durante una hora y diez minutos. En un principio Lewis ofreció la dirección de la película a nada menos que Billy Wilder, quien le sugirió que debía dirigirla él mismo. Imagino que al ser un material propio, Wilder le hizo su recomendación, acertando de lleno con ello, porque Lewis no se convertiría en un mero traductor a imágenes de lo escrito, sino que innovaría hasta límites insospechados, sorprendiendo a propios y extraños con su habilidad detrás de la cámara.
El prólogo ya es una muestra muy clara de intenciones. El eterno secundario Jack Kruschen da vida a un ejecutivo de Paramount que advierte al espectador del tipo de película que está a punto de ver, culminando con una escandalosa carcajada subido al sillón de sus despacho. Prácticamente una carta de presentación en la que Lewis casi dice que la productora está completamente loca al producir semejante proyecto. Y eso es en realidad 'El botones', una locura, en el buen sentido de la expresión. Una deliciosa locura que gana a cada nuevo visionado, y aún hoy sigue sorprendiendo por el riesgo de algunos instantes, sobre todo en lo formal. 1960. Un año de una época crucial en el séptimo arte, con las nuevas y sonoras tendencias europeas, tanto en Francia como en Italia, donde se producirían auténticas revoluciones estilísticas.
El personaje a cargo de Lewis puede no tener, en apariencia, diferencias con respecto a otros que ha interpretado anteriormente —y después—, ya sea al lado de Martin o en solitario. Sin embargo existe una diferencia vital que eleva a otra dimensión, o nivel, el tipo de personaje "made in Jerry Lewis", su personaje no pronuncia una sola palabra hasta llegada la conclusión del film. Todo lo que vemos son los líos en los que el personaje se mete, sin que se pronuncie lo más mínimo en sus desventuras, dejando claro un mensaje que por aquel entonces se vería completado con la mirada de Robert Mulligan en la impresionante 'Matar a un ruiseñor' ('To Kill a Mockinbird'). Sin en aquélla se rezaba que nunca se conocería realmente a una persona hasta que te hayas puesto enteramente en su lugar —calzarse sus zapatos—, en la presente se dice lo mismo advirtiendo que jamás sabremos nada de alguien si no le preguntamos directamente.
Esa ausencia de palabras en su personaje se completa con el muy claro homenaje al cine mudo, en el que el gag en las comedias solía ser visual. La mayor parte de los números cómicos de 'El botones' poseen esa cualidad. Incluso se sirve del uso del sonido, como por ejemplo, el momento de las butacas, para realizar una mezcla única hermanando dos épocas tan diferentes en el cine, rindiendo homenaje, de forma sutil, a Chaplin —el tempo de alguno de sus gags recuerda sin remisión al genio mudo—, y de forma mucho más clara a Stan Laurel, quien llegó a hacer anotaciones en el guion de la película, recomendando a Lewis cómo debía montarla. Sin embargo, a Laurel le interpreta el actor Bill Richmond en lo que parece más una imitación perfecta del mítico intérprete. No obstante, la secuencia en la que ambos se miran en silencio es una de las cartas de amor más emotivas que ha dado el cine, el paso del testigo, la señal de agradecimiento a uno de los ídolos y maestros de Lewis.
Con el uso del metalenguaje la mayor parte del tiempo, en una decisión realmente arriesgada, sobre todo en el género de la comedia, Lewis propone un juego de espejos tan divertido como lógico y coherente al dar vida a otro personaje en el film, a sí mismo. Las posibilidades son casi infinitas. Realidad y ficción se dan la mano en un casi perverso juego de cambio de identidades que Lewis maneja con asombrosa y envidiable facilidad, sobre todo por un plantel de actores entregados sin el más mínimo sentido del ridículo. Los gags son algunos más geniales que otros, y a pesar de su "diferencia" —tenemos el de las llaves o el de la orquesta, por poner dos ejemplos— el conjunto no se ve afectado, incluso puede tomarse el film como una de esas historia corales, con un botones como nexo de unión.
Lewis no sólo juega con su propia imagen, con la que de paso le atiza un poco al peor lado de la fama, sino con el poder de la imagen en sí misma. Una imagen alterada a conveniencia con el montaje y el uso del sonido, y que muta continuamente, sirviendo al director/guionista la oportunidad de concluir los gags cuando más le apetece y de la forma menos inesperada. Con las cosas tan claras resulta extraño que Lewis decidiese ceder la dirección a Billy Wilder. Sin embargo, si pensamos un poco en ello podemos obtener nuestra propia respuesta, que no tiene por qué ser cierta —a no ser que en arte haya una máxima que rece "si tú crees que es así, es así", como le oí decir a Seamus Egan en una conversación sobre música—
En 1959 Wilder estrenaba una de las cumbres de la comedia, 'Con faldas y a lo loco' ('Some Like It Hot'), que precisamente ha sido elegida como la mejor comedia de la historia según el criterio de 253 críticos. Aún tirando de formas clásicas, con todo el riesgo que supone utilizar ese término despreciado, Wilder lleva el humor hasta límites que sólo unos pocos han alcanzado —Lewis entre ellos—. Es merecidamente famoso el final de la película. "Nadie es perfecto" como vuelta de tuerca final, la que termina de ajustar todo el engranaje que funciona al rededor de la sempiterna guerra de sexos pasando por el cambio de roles de identidad y género. Wilder era un bestia, y nos la colaba de forma elegante, con el equilibrio perfecto entre forma y fondo. Ese final es la guinda perfecta no sólo a la película, sino a toda una forma de entender la vida, con humor, con sano humor llevado al límite. Así es 'El botones' en todo su metraje, una locura, tan llena de vida y cercana en algunos de sus pasajes, que el contagio es inevitable. 57 años después sigue siendo un film fresco y atrevido.
Como anécdota histórica decir que Lewis tuvo la idea del video asistido para poder ver lo grabado justo después de filmarlo. Sony aceptó el reto, siguiendo las instrucciones del director, y pagando por ello. Ahora es utilizado en absolutamente todos los rodajes del mundo.
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